
Jesús y Dimas, en la visión del pintor alemán Lucas Cranach (s.XVI)
No hay ninguna iglesia en España dedicada al primer santo de la historia
Era un ladrón, un condenado a la peor de las muertes: la crucifixión. Pero en su último aliento, ese hombre llamado Dimas se arrepintió y recibió la canonización más asombrosa de la historia: la de Jesucristo en persona
Uno de los grandes santos de la historia es aquel a quien la Iglesia llama Doctor Angélico, Doctor Común y Doctor de la Humanidad: santo Tomás de Aquino. Expresar en pocas palabras el impacto de su obra y escritos en la fe católica es casi imposible.
Entre sus muchos legados, dejó una oración que aún hoy millones de católicos recitan tras recibir la Sagrada Comunión: el Adoro te Devote (Te adoro con devoción). Y resulta curioso que este gran santo, en una de las frases que componen esta plegaria, no solicita sabiduría, revelaciones o más caridad, sino simplemente: «pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido».
Ese «ladrón arrepentido» es san Dimas, quien es recordado cada 25 de marzo como el primer santo de la historia. Es el único personaje en la tradición cristiana cuya santidad fue reconocida de manera directa por Jesús en la cruz. Sin embargo, a pesar de su relevancia, su figura no cuenta con un culto popular destacado. No existe ninguna iglesia en España dedicada a él, ni grandes basílicas ni catedrales en su honor en todo el mundo, y apenas hay dos templos dedicados a su figura: uno en México y otro en el Centro Correccional Clinton, en Nueva York.
La fe que abrió las puertas del Paraíso
Lo que hace única la historia de Dimas no es solo su arrepentimiento a última hora, sino su gran fe. En el momento crucial de la crucifixión, dos hombres se encuentran al lado de Jesús, uno a su derecha y otro a su izquierda. Mientras la multitud se burlaba y descalificaba a Cristo, uno de los malhechores, Gestas, se unía al coro de insultos. Pero Dimas, a pesar de estar en la misma situación, mira a Jesús con otros ojos. Es ahí cuando reconoce su propia culpa, acepta el castigo que ha recibido y, en ese momento, va más allá del arrepentimiento: actúa con una fe valiente, proclamando la inocencia de Cristo.«Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino», le dice, no como una súplica cualquiera, sino como una declaración plena de confianza en la divinidad de aquel hombre al que le espera el sacrificio. Jesús, movido por su fe y humildad, le responde: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lucas 23, 43).
En ese último suspiro, cuando Dimas aún se encuentra clavado en la cruz, es proclamado santo por el mismo Cristo. Un hombre que, a minutos de su muerte, pasó a ser testigo de eso mismo que pide Tomás de Aquino en su oración: reconocer la divinidad oculta en la humanidad. En ese momento, no solo mostró arrepentimiento por sus pecados, sino también una fe plena frente al inminente sacrificio. De ser un ladrón, se transformó en testigo de la inocencia de Cristo, y su arrepentimiento lo llevó directamente al Paraíso.
¿Por qué no hay iglesias dedicadas a él?
Es paradójico que Dimas, el primer santo, el único que recibió la promesa directa de Jesús, sigue siendo un personaje en cierta forma olvidado en la devoción popular. A lo largo de la historia, muchos han sido los personajes elevados a la santidad, pero Dimas, pese a su prominencia en el relato de la Pasión, carece de una devoción pública extensa. No tiene grandes celebraciones, ni una iglesia o una basílica en su honor.
Puede que parte de la respuesta radique en que san Dimas no 'encaja' en el patrón de santidad que se suele esperar de alguien. No fue un mártir, ni un teólogo, ni un fundador de una orden religiosa. Tampoco realizó milagros ni tuvo una vida ejemplar en el sentido que normalmente se considera. Fue un ladrón, un criminal, y su arrepentimiento fue tan abrupto y radical como su conversión. A diferencia de otros santos, su canonización no fue un proceso largo ni por intervención humana, sino una declaración directa de Jesús, quien le prometió la entrada al Paraíso por su simple fe.
Es cierto que en España no existe una iglesia dedicada a este santo singular pero, a pesar de todo, si algo ha intentado transmitir la Iglesia a lo largo de más de 2.000 años es que Dimas encarnó esa alegría que hay en el Cielo cuando un hijo, «que estaba muerto, ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ha sido hallado» (Lc 15, 24).