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Abecedario filosóficoGregorio Luri

De Apariencia a Aristóteles

Sostenía el grandísimo Arias Montano que «todo lo que fue, por el hecho de haber sido, aunque no sirva para nada, debe defenderse contra la destrucción y el olvido»

Actualizada 04:30

Apariencia

¿Para qué llevaba un ciego una antorcha en una noche oscura?

Para que lo vieran y no tropezaran con él, nos dice Nathaniel Hawthorne.

Apocalipsis

En Cool memories cuenta Baudrillard que en el cenit de una orgía, un hombre susurró al oído de una mujer: «¿Qué vas a hacer después de la orgía?» Inspirándose en esta pregunta, el Musée d'ethnographie de Neuchâtel organizó una exposición titulada «Q’est-ce que vous faites après l’Apocalypse?»

Aporía

El verbo «poreuô» (caminar, hacer camino) dio lugar entre los filósofos griegos a una serie de conceptos de larga posteridad.

«Aporía» es la imposibilidad de seguir un camino porque se ha hecho intransitable.

«Diaporeo» significa culminar el trayecto.

«Euporía» es el tránsito fácil, la vía libre.

Según Sócrates, el filósofo que se encuentra en aporía ha de interrogarse sobre el motivo de su perplejidad, y no se pondrá en marcha mientras no haya resuelto su desorientación. Curiosamente, muchos atenienses tenían a Sócrates por un creador de «aporías». “Ya había oído antes de conocerte -le reprocha Menón- que no haces otra cosa que caer en aporías y hacer que los demás se enreden en ellas. Sócrates reconoce que, efectivamente, se ve en mayores aporías que nadie, pero de su confusión extrae una información relevante sobre la inconsistencia de su saber.

Aprender

El día antes de su ejecución, Sócrates le pidió a un músico, que estaba interpretando una canción del poeta lírico Estesícoro, que le enseñara a tocarla. Cuando el músico le preguntó de qué le serviría, ya que apenas le quedaban unas horas de vida, Sócrates respondió: «Para saber algo más antes de morir ».

Antes que Sócrates, Solón, se enorgullecía de seguir aprendiendo mientras envejecía. Es su imagen la que Goya lleva a un grabado titulado «Aun aprendo».

Árbol

Antonio Pérez, secretario de Felipe II, escribe en uno de sus aforismos que el hombre es un «árbol inverso» que tiene su raíz arraigada en el cielo. Recoge también esta imagen Juan de Zabaleta en sus Errores celebrados: «El hombre es un árbol celestial. Vese en que tiene las raíces hacia el cielo».

Mucho más tarde, Eugenio d’Ors contará en su Epos de los destinos: «Es de saber que, en dirección hacia arriba hay también raíces. Hojas y ramaje vienen a ser, en el árbol, una especie de raíces que roban la savia del cielo, como las otras raíces, las de abajo, chupan los jugos de la tierra.»

Y de Manuel García Morente son estas palabras (Ensayos sobre el progreso): El hombre «tiene los pies sujetos a la tierra, a la carne y a la sangre; ha de vivir y alimentarse y reproducirse como cualquier otro de los mortales. Pero erguida sobre sus dos plantas, levanta su cabeza al cielo y percibe los valores eternos».

Arendt

París, 1933. En un minúsculo departamento del Quartier Latin un joven matrimonio de exiliados alemanes observa la baguette y el manuscrito que están sobre la mesa. El pan huele a pan y el manuscrito... a embutidos remotos. Abren la barra de pan y la rellenan durante un rato con las hojas del manuscrito, apretándola bien. Pasados unos minutos, retiran las hojas y se comen el pan. Él es Günther Anders y ella Hannah Arendt. El manuscrito es la ópera prima de Anders, Las catacumbas de Molussia, una crítica feroz del nazismo. Cuando se exilió de Alemania no se atrevió a pasar con él la frontera y lo dejó en casa de unos amigos, que lo envolvieron como si fuera un trozo de tocino y lo colgaron de la chimenea al lado del salami, el jamón y las salchichas. Aquel olor es el que intentan rememorar en el paladar mientras mastican el pan.

Argivos

Cuenta Herodoto que los lacedemonios y los argivos se disputaban el territorio de Thyrea. Como no eran capaces de alcanzar un acuerdo pacífico, decidieron dirimir la cuestión con una pelea entre trescientos hombres elegidos de cada parte. Para evitar la tentación de ayudar a los suyos, cada ejército se retiraría a su campamento.

El combate fue tan violento que al caer la noche sólo quedaban con vida dos argivos y un lacedemonio. Los primeros, creyéndose vencedores, fueron a comunicar su victoria a los suyos. El lacedemonio en lugar de retirarse, se dedicó a despojar de sus armas a sus enemigos muertos, y, tras llevarlas a su campamento, volvió al campo de batalla y se quedó allí guardando su puesto. Al día siguiente se presentaron los dos ejércitos para decidir de quién era la victoria. Los argivos la reivindicaban porque habían quedado con vida dos de los suyos; pero los lacedemonios sostenían que su guerrero había despojado a los enemigos muertos y había guardado su puesto. De las palabras pasaron a las armas y, tras una sangrienta batalla, los lacedemonios se proclamaron vencedores. Entonces los argivos, que hasta aquel día se dejaban crecer el pelo, se lo cortaron, y establecieron una ley que prohibía a los hombres llevar pelo largo y a las mujeres lucir joyas de oro hasta recobrar Thyrea.

Esta historia da sentido a las siguientes palabras de Sócrates poco antes de su muerte: «Si el argumento sobre la inmortalidad del alma se me escapara de las manos, me obligaría por juramento, como los argivos, a no llevar el pelo largo, hasta vencer las alegaciones que me presentáis».

Arias Montano

Sostenía el grandísimo Arias Montano que «todo lo que fue, por el hecho de haber sido, aunque no sirva para nada, debe defenderse contra la destrucción y el olvido».

Aristipo

Aristipo, discípulo de Sócrates, cobraba unos honorarios enormes a sus discípulos, pero se justificaba con argumentos que debiéramos recuperar los profesores del presente: Hay que cobrar mucho a los discípulos buenos porque aprenden mucho; a los discípulos malos porque dan mucha guerra y a todos para que aprendan a gastar en cosas valiosas.

Aristóteles

En el Liber de pomo se describe a un Aristóteles moribundo que ofrece con mano temblorosa una manzana a sus discípulos mientras les dirige su pregunta postrera: «Quae utilitas est scientiae sine fructu

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