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Abecedario filosóficoGregorio Luri

Amor

Platón llama al amor religador porque situándose entre las cosas las une

Actualizada 04:30

La mirada amorosa

El lugar genuino del amor es la mirada enamorada. Por eso Ibn Hazm cantaba «mis ojos no se paran sino donde estás tú» y Santo Tomás aseguraba que «donde está el amor, están los ojos». La mirada enamorada sabe bien lo que busca. Busca a alguien, no a algo. Por esta razón «por Helena, Orfeo no hubiera descendido al infierno; por Eurídice, los griegos no hubieran marchado a Troya» (Lev Shestov).

¿Sabemos por qué amamos?

«Pero lo que más me gusta –le escribe el filósofo Frontón al emperador Marco Aurelio– es que me amas sin razón aparente». Pessoa, en esta mis dirección, aseguraba que «quien ama nunca sabe lo que ama, ni por qué ama, ni lo que es amar» y Kojève insistía en que «el amor se caracteriza precisamente por el hecho de que atribuye sin razón un valor positivo al amado o al ser del amado».

Ama y haz lo que quieras

San Agustín: «Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos». No va, pues, desencaminado Nietzsche cuando nos aconseja: «donde no puedas amar, pasa de largo».

El amor nos pone en movimiento

Platón llama al amor religador porque situándose entre las cosas las une. Es una dinámica enlazadora, un «dirigirse hacia», no un objeto. Como carece de hogar propio, anda siempre buscando cobijo en la transformación del amante en el ser amado. Está en casa cuando el Calixto de La Celestina proclama: «¿Yo? Melibeo soy».

«Donde se tiene amor», puntualiza Lope, «allí es la patria del alma».

El amor es clarividente

La afirmación de la clarividencia de la mirada amorosa es una tesis central del platonismo. San Agustín, que la recoge, sostiene que cuando se ama lo que se conoce aunque sea muy poco conocido, el amor lo hace mejor y más enteramente conocido.

El agustino navarro Pedro Malón de Chaide desarrolla así esta idea: «Las cosas que valen más que nosotros, mejor es amarlas que entenderlas, porque, amándolas, cobramos ser más perfecto, pues el amor nos une con lo amado […]; pero si son de menos valor que nosotros, mejor es entenderlas que amarlas, porque con amarlas, nos hacemos de más bajo ser, pues cobramos el que tienen y perdemos el nuestro».

Esta visión platónica del amor la hereda Shelley: «El amor hace a los hombres perspicaces, y si alguien dice que el amor es ciego, eso sólo significa que no comprende que la mirada erótica percibe la existencia de relaciones invisibles para los espíritus menos refinados.»

Amor y tiempo

El amor –nos confiesa Octavio paz– «por ser tiempo y estar hecho de tiempo, es, simultáneamente, conciencia de la muerte y tentativa por hacer del instante una eternidad. Todos los amores son desdichados porque todos están hechos de tiempo, todos son el nudo frágil de dos criaturas temporales y que saben que van a morir; en todos los amores, aun en los más trágicos, hay un instante de dicha que no es exagerado llamar sobrehumana: es una victoria contra el tiempo, un vislumbrar el otro lado».

En mayo de 1905 Kraus dio una fiesta en Viena para homenajear a Wedekind, que acababa de estrenar La caja de Pandora. Inició su discurso con esta cita de Felicien Rops: «El amor de las mujeres contiene, como la caja de Pandora, todos los dolores de la vida, pero están envueltos en hojas doradas y están tan llenos de aromas y colores que uno nunca debe quejarse de haber abierto la caja […]. Toda felicidad se hace pagar, y yo muero un poco por estos dulces y delicados aromas que se elevan de la maligna caja, y a pesar de ello, mi mano, a la que la vejez ya hace temblar, encuentra aún la fuerza para girar llaves prohibidas […]. Todo lo doy por las horas benditas en las que mi cabeza descansaba en noches de verano sobre un pecho moldeado por el vaso del rey de Thule, como éste ahora también desaparecido».

El amor y las tardes de domingo

Cioran: «La única función del amor es hacernos soportables las tardes del domingo, crueles e inconmensurables, que nos dejan heridas que nos duelen durante el resto de la semana e incluso durante la eternidad».

El amor del erizo

Luis Cernuda se sitúa en la estela de Shopenhauer al escribir en Donde habite el olvido: «Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos».

Amor marxista

Cuando Marx se enteró del amor entre su hija Laura y Paul Lafargue, tomó inmediatamente cartas en el asunto. «Si deseas proseguir tu relación con mi hija –le escribió a Lafargue–, tendrás que renunciar a tu manera de cortejar […]. El verdadero amor se expresa con la cautela, la modestia e incluso la timidez del amante respecto a su ídolo […].Si pretendes justificarte por tu temperamento criollo, tengo el deber de interponer mi razón entre tu temperamento y mi hija. Si no sabes cómo expresar tu amor adecuadamente en la latitud londinense, tendrás que conformarte con el amor a distancia».

Dos aforismos de Antonio Pérez

El amor, última filosofía de la tierra y del cielo.

El amor es como el carbunco, que se hace luz en lo oscuro. Oscuro parece este aforismo...

El desamor

«¡Te lo juro… si existieses, me divorciaría de ti!»

En ¿Quién teme a Virginia Woolf?

Amor inmoral

Lo cuenta Stanley Rosen: «En 1949 Seth Benardete era para mí un ser completamente exótico. Recuerdo vívidamente una larga conversación que mantuvimos una noche en su dormitorio durante la cual me confesó que consideraba inmoral amar a seres humanos. Como yo era un joven con cierta proclividad a esta forma de inmoralidad, no acabé de creérmelo y le pregunté qué deberíamos amar. Me replicó con un tono magisterial: «¡La cerámica griega!».

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