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Abecedario filosóficoGregorio Luri

De Abelardo a actividad negativa

A veces, empeñados en la sustitución, renunciamos a cualquier plan práctico para mejorar lo real

Actualizada 13:01

Abelardo

Abelardo (1079-1142) es un buen ejemplo de que el amor teorizado no es el amor vivido. Uno no cabe en el otro. El amor teorizado apunta hacia la idealidad del Bien, mientras que Abelardo apuntaba hacia algo más palpable: «Mis manos se dirigían más fácilmente a los pechos de Eloísa que a los libros». El precio que tuvo que pagar por su impertinencia digital lo cuenta, con pelos y señales, en su Historia calamitatum, que comenzó a escribir el día siguiente de su castración. Su lectura inspirará al Rousseau de La Nueva Eloisa, una de las fuentes de la sensibilidad romántica, que es la sensibilidad que busca el infinito en la yema de los dedos.

Bernardo de Claraval trató a Abelardo de «homo sibi dissimilis» (un hombre distinto de sí mismo) y, sin pretenderlo, nos definió a todos.

Absoluto

Asegura Sartre en sus Escritos de juventud que «nadie sintió más profundamente que Hegel y que Melville que el absoluto está allí, alrededor de nosotros, temible y familiar, que lo podemos ver blanco y pulido como hueso de oveja a poco que apartemos ligeramente los velos multicolores con lo que lo hemos recubierto».

Abuela de Strauss

Leo Strauss solía recordar lo que le repetía su abuela en Alemania: «Te sorprenderías, hijo mío, si supieras con qué poca sabiduría está gobernado el mundo».

Daniel Capó me aseguró que esta cita es en realidad «un aforismo de Axel Oxestierna, valido del rey Gustavo Adolfo de Suecia, contemporáneo de Olivares. El aforismo original sería este: «An nescis, mi fili, quantilla prudentia mundus regatur

Nos asusta pensar en un gobernante zote. Preferimos que sea maquiavélico. Pero H.L. Mencken nos advirtió (De la felicidad y otros escritos) que la majadería es soportable si aceptamos que «nos previene contra algo peor»: «Un hombre prudente prefiere a Hoover antes que a Stalin o a Mussolini».

El rey Gustavo Adolfo murió en la batalla de Lützen. Los historiadores ignoran que la responsable de su muerte fue una monja de clausura, Sor María de Jesús de Ágreda. Como gozaba del don de la bilocación, se presentó en el campo de batalla para acabar con el peligro que representaba el monarca sueco para el catolicismo. Su arma fue una imagen de la Inmaculada de la que salían flechas, balas y bolas de fuego. Puntualicemos que la de la Inmaculada fue en el siglo XVII, además de una causa teológica, una causa política de la monarquía española.

Aburrimiento

«La vida es breve y, sin embargo, nos aburrimos», escribe Jules Renard en su ameno Diario. El humano parece ser el único animal capaz de aburrirse, es decir, de poner su atención en el mero paso de un tiempo vaciado de todo contenido. En este sentido, el aburrimiento sería infértil, pero Kierkegaard asegura en O lo uno o lo otro, que es, en realidad, el motor de la historia: «Adán se aburría, porque estaba solo, y por eso fue creada Eva. A partir de ese momento llegó el aburrimiento al mundo». Al aumentar la población, los pueblos se aburrieron en masa y «para distraerse, tuvieron la idea de construir una torre, tan alta que llegara hasta el cielo. Después fueron dispersados mundo adelante, tal como hoy se viaja al extranjero; pero continuaron aburriéndose».

Academia de Platón

Si los filósofos profesionales no se hubiesen precipitado a elevar a Sócrates a los altares, convirtiéndolo en el patrón de su gremio, estarían en mejores condiciones para comprender por qué fue acusado de pervertir a los jóvenes de Atenas y no podrían evitar entonces la sospecha de que Platón se vio a sí mismo como uno de esos jóvenes pervertidos. Al comprender que sólo merece el nombre de filósofo el que tiene algo que callar, retiró la filosofía del ágora y la recluyó en el jardín de Academo.

Actividad negativa

Hegel dio el nombre de «actividad negativa» al proyecto de sustituir lo real por lo abstracto. Lo malo es que, a veces, empeñados en la sustitución, renunciamos a cualquier plan práctico para mejorar lo real. Es el caso de la utopía, tan tentadora en su negatividad.

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