De Campanella a Cardano
Marx escribió de pie algunos capítulos de 'El capital', forzado por unos insidiosos forúnculos que le impedían sentarse
Campanella
Tommaso Campanella le confiesa a Monseñor Querenghi: «Siempre aprendo alguna cosa de las hormigas, de las moscas y de los pequeños seres naturales, y Su Señoría puede darse cuenta de que detesto aprender de los hombres». Teniendo a los insectos como maestros, planeó con un comunismo meticuloso las minucias de la vida de los hombres, a fin de que pudieran vivir en felicidad, filantropía, armonía y virtud. A su proyecto le dio el nombre de La ciudad del Sol.
Los «solarianos» tenían un gran interés en mejorar su raza, riéndose de nosotros, que nos preocupamos de perfeccionar las de los animales y descuidamos nuestra descendencia. Para realizar su propósito, pusieron coto a la reproducción de los sabios, porque «como están ocupados siempre en especular, su espíritu animal es débil, y engendran hijos débiles».
Campanella escribió La Ciudad del Sol en una cárcel napolitana en la que permaneció preso veintisiete años. Fue sometido a todo tipo de tormentos, en los cuales perdió a jirones casi un kilo de carne.
Canto
«Hay salas en los cielos que sólo se abren al son de los cantos», dice el Zohar.
Caos
Imre Kertész, La última posada: «El caos también es orden, pero el orden de otros»
El Capital
Marx escribió de pie algunos capítulos de El capital, forzado por unos insidiosos forúnculos que le impedían sentarse. Según Engels, esta era la causa de la oscuridad de algunos pasajes.
En la primavera de 1872 apareció la traducción rusa de esta. Los censores del zar creyeron que era un libro tan difícil de entender como inaplicable en la situación de su país. Sin embargo mientras el libro se vendía con dificultades en la Europa occidental, en Rusia se agotó en poco tiempo y no paraban de publicarse reseñas favorables.
«¿No es una ironía del destino –le escribió Marx a Engels– que los rusos, a los que he combatido durante veinticinco años, siempre quieran ser mis benefactores? Corren en pos de las ideas más extremas que Occidente ofrece, en un arranque de pura glotonería.»
Cárcel
El 24 de julio de 1749 Diderot, acusado de ser el autor de la Lettre sur les auvegles, es arrestado en su casa y conducido al castillo de Vincennes, ya que la Bastilla estaba sobresaturada. Como en los interrogatorios lo amenazaron con las galeras, intentaba apaciguar su desdicha con los tres libros que lo acompañaban: La Apología de Sócrates, el Critón y El Paraíso Perdido de Milton y… con las visitas de su amante, Mme de Puisieux.
Un día ella se presentó espléndidamente vestida. Tanto, que el filósofo sospechó que algo se traía entre manos y, siguiendo un impulso muy poco socrático, logró escaparse de la cárcel para seguirle los pasos, que lo condujeron hasta una fiesta en Champigny-sur-Marne, a unos seis kilómetros de Vicennes. Allí estaba ella, en brazos de otro amante.
Diderot volvió a su celda sin que nadie se percatase ni de su fuga ni de su regreso, y abrió el Critón.
Cardano
El libro que Hamlet lee en el acto II de la obra homónima de Shakespeare es el De consolatione de Girolamo Cardano:
POLONIO.- ¿Qué estáis leyendo?
HAMLET.- Palabras, palabras, todo palabras.
Cardano no nació. Fue arrojado al mundo. Su madre, tras fracasar con todo tipo de abortivos, lo tiró a la basura en cuanto vino al mundo, el 24 de septiembre de 1501. Sin embargo al poco rato se arrepintió y lo reanimó con un baño de vino caliente.
Toda su vida padeció violentas palpitaciones, continencia urinaria y regurgitaciones; ataques de vértigo y un insomnio que lo mantenía despierto semanas enteras. Así que escribió doscientos libros.
Su curiosidad abarcó todos los campos. También los más temerarios. Fue encarcelado por la Inquisición tras hacer el horóscopo de Cristo y no le fue de mucha ayuda el haber escrito una apología de Nerón.
Pero nadie discutió su genio matemático.
Apreciaba el silencio como un excelso tesoro y era incapaz de comprender por qué hay tanto mentecato dispuesto a romperlo con comentarios que no son absolutamente esenciales. La sabiduría del saber callar no era para él menor que la del saber hablar. El silencio, decía, nos permite deliberar, escuchar y nos hace independientes de la memoria ajena.
No le perdonó nunca a Sócrates que no aceptara dinero por sus enseñanzas: «Hizo muy mal, porque practicó la competencia desleal, empobreciendo de manera desconsiderada a los maestros que vivían de su sueldo».
Una noche tuvo un sueño que le cambió la vida. Se encontraba en un jardín llamado Paraíso, invadido por «un extraño deleite». Desde el interior vio más allá de la puerta de entrada a una hermosa vestida de blanco y sin excesivos adornos. Cuando salió del jardín para acercarse a ella, las puertas se cerraron a sus espaldas. Intentó volver a entrar, pero se lo impidió un guardia que le dijo: «Estabas dentro, ¿por qué saliste?». «Así pues –confiesa Cardano–, como no sabía qué hacer, me puse a dar abrazos a la muchacha mientras ella a su vez me acariciaba.»
Algunos meses después se topó en la calle con una joven exactamente igual a la soñada y se casó con ella. «Asombra contarlo, pero inmediatamente me convertí de capón en gallo y de eunuco en semental, de manera que de no haberme moderado, por fuerza me hubiera puesto en peligro de muerte.»
A partir de entonces advirtió a los intelectuales que no meditaran en exceso, «puesto que los vapores se desatan con el estudio y marchan desde el corazón hacia la parte opuesta de los genitales, esto es, hacia el cerebro, y por eso engendran hijos débiles y muy diferentes de ellos. Así que les conviene mucho tratar con muchachas guapas y leer literatura erótica; incluso colgar cuadros de mujeres hermosas en sus alcobas y nunca dejar de hacer el amor, sobre todo porque no hay nada mejor para aligerar las preocupaciones».