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Abecedario filosóficoGregorio Luri

De burguesía a caminar

Cuando Alejandro Magno entró en la India, escuchó historias sorprendentes sobre sabios hindúes que evitaban la riqueza por preferir una vida de meditación y ascetismo

Actualizada 09:12

Burguesía

Donoso y Carl Schmitt menospreciaban la burguesía por considerarla «la clase discutidora». Sin embargo Silvela sostenía que «el derroche de vana palabrería en el Parlamento español era un beneficio de la Providencia en cuanto atenuaba los desastres de la producción legislativa.»

Buridán, filósofo de leyenda

La vida de Jean Buridan (1300-1358), rector de la Universidad de París, está plagada de leyendas apócrifas. Una de ellas cuenta que, compitiendo con Pierre Roger de Beaufort por el amor de la mujer de un zapatero alemán, le arreó tal zapatazo en la cabeza que le partió el cráneo. Lo curioso es que la lesión potenció tanto la memoria del agredido, que acabó de papa (Gregorio XI). Se añadía que murió ahogado en el Sena, a donde lo tiraron metido en un saco. Y es que Juana de Navarra tendía a despedirse de esta manera de aquellos con los que había compartido su lecho. O, al menos, así lo cuenta François Villon en su Ballade des dames du temps jadis.

Estudió lógica, la inercia, la rotación de la Tierra y el funcionamiento del dinero, pero es famoso por un burro del que, probablemente, nunca habló. Se supone que sostenía que si colocamos un burro famélico y sediento entre un montón de heno y un cubo de agua, moriría de sed y de hambre por incapacidad para elegir. Pero ¿no saber elegir es lo mismo que no saber decidir?

Buscar

San Agustín describe bien la esencia del quehacer filosófico: «Busquemos como quienes van a encontrar, y encontremos como quienes aún han de buscar, pues cuando el hombre ha terminado algo, entonces es cuando empieza» (De Trinitate).

Byron

Lord Byron fue caracterizarlo por el joven Nietzsche con un término que usa por primera vez para referirse a él: «superhombre dominador del espíritu». ¿Sabía que Byron visitó Waterloo en un coche de caballos que llevaba una «B» pintada en la puerta, réplica del que había pertenecido a Napoleón?

Caín y Abel

Como Caín fue el primero que construyó una ciudad, Leopaldi supuso en el Zibaldone, que la vida urbana es, a un tiempo, «efecto, hija y consolación de la culpa».

Esto fue lo sucedido, según nuestro Alfonso de Madrigal, el Tostado: «Caín, en castigo de su crimen, anduvo errante e inseguro; y temeroso, no atreviéndose a comparecer ante los ojos de su padre […]. Marchó al oriente y conoció a su esposa, la cual concibió y parió a Henoch, y edificó una ciudad y la llamó con el nombre de su hijo».

La ciudad y, por lo tanto, las leyes y los templos, son obra de Caín, un fugitivo que se concedió a sí mismo un sueño de estabilidad. Victor Hugo describe ese momento en un poema trágico, titulado La conciencia. Para librarse de su perseguidor, Caín puso una advertencia en la puerta de entrada de su ciudad: «Prohibida la entrada a Dios».

Calano

Cuando Alejandro Magno entró en la India, escuchó historias sorprendentes sobre sabios hindúes que evitaban la riqueza por preferir una vida de meditación y ascetismo.

Como estos hombres se negaron obstinadamente a visitarlo, fue él quien se acercó hasta su hogar en la jungla. Fue recibido sin muestras de cariño o admiración. Simplemente le pidieron que se quitara la ropa y se sentara sobre unas piedras calientes. «No eres», le dijeron, «más que un ser humano como el resto de nosotros, excepto porque siempre estás ocupado y sin hacer nada bueno, viajando muy lejos de tu casa y siendo una molestia para ti y para otros. Pronto estarás muerto y entonces poseerás toda la tierra que necesitas». El único que quiso acompañarlo fue Calano, quien, cuando creyó que había llegado la hora de su muerte, hizo una pira funeraria y le dio fuego. Al lanzarse a las llamas, gritó: «¡Alejandro, nos volveremos a encontrar en Babilonia!».

Dos semanas después, Alejandro murió inesperadamente en Babilonia.

Calderón de la Barca. Dos textos.

«Tal vez, los ojos nuestros / se engañan, y representan / tan diferentes objetos / de lo que miran, que dejan / burlada el alma. ¿Qué más / razón, más verdad, más prueba / que el cielo azul que miramos? / ¿Habrá alguno que no crea / vulgarmente que es zafiro / que hermosos rayos ostenta? / Pues, ni es cielo ni es azul. (Saber del mal y del bien)

«Estamos / en un mundo tan singular, / que el vivir solo es soñar; / y la experiencia me enseña / que el hombre que vive, sueña /lo que es». (La vida es sueño).

¿Nos hemos tomado a Calderón filosóficamente en serio? ¿Hemos sondeado bien la profundidad filosófica de sus imágenes?

Callar

Es más fácil enseñar a hablar que a callar y, sin embargo, como decía Spinoza, el mundo sería más feliz si los hombres tuvieran la misma capacidad para quedarse callados como para hablar.

Calma

Lev Shestov en Apoteosis de lo infundado: «En el idioma de la filosofía el bien supremo se llama calma».

Caminar y encontrar

«¿Para qué salimos?», preguntaba Meister Eckhart a sus monjes. La respuesta era y es siempre la misma: «Para encontrar el camino a casa». A veces necesitamos alejarnos de todo lo nuestro para encontrarnos con lo más nuestro.

Rodeado de las cimas de los Alpes, Amiel, que había descubierto que el paisaje es un estado del alma, escribe en su Diario íntimo: «Regreso a mí mismo. ¡Qué bendición!»

En la cima del Mont Ventoux, Petrarca abre al azar Las confesiones de san Agustín y lee: «Y fueron los hombres a admirar las cimas de las montañas y el flujo enorme de los mares y los anchos caudales de los ríos y la inmensidad del océano y la órbita de las estrellas y olvidaron mirarse a sí mismos».

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