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Recreación: Décimo Junto Bruto atraviesa el río del olvido

Recreación: Décimo Junto Bruto atraviesa el río del olvidoÁlvaro Pérez Vilariño / Flickr

El legendario río gallego que los romanos no querían cruzar por miedo a perder la memoria

Estrabón cuenta que se había identificado ese río con el mítico río del olvido porque en una de sus migraciones, los túrdulos, un pueblo prerromano del sur de la península, al cruzar el Limia, habían perdido completamente la memoria

En el día de Vesta del 617 Ab Urbe condita, (el 9 de junio del 137 a. C. según nuestro calendario), en el margen izquierdo del río Duero, no muy lejos de su desembocadura, se encontraron dos enormes ejércitos. Por un lado, si nos creemos las cifras de Orosio o de Floro, hasta 60.000 guerreros del sur de la Gallaecia (que no se correspondía entonces con el actual mapa de Galicia, ya que llegaba hasta el Duero, en donde comenzaba la Lusitania).

Gallaecia contra Roma

Se trataba de un ejército heterogéneo que agrupaba junto a los aliados lusitanos, a distintas tribus de origen celta. Brácaros, bíbalos, coelernos, calaicos, equasos, límicos y querquernos. En frente, un poderoso ejército romano, notablemente menos numeroso (15.000 hombres), pero mucho más homogéneo y cohesionado. Lo que se adivinaba en su perfecto orden de formación, con los velites o lanzadores de jabalinas y los hastati o tropas de infantería ligera en primera fila, los poderosos princeps o la infantería pesada en la segunda fila, los arqueros en la tercera y con la caballería en las alas. Al frente de todos ellos, el procónsul de Hispania, el patricio romano y general del ejército Décimo Junio Bruto, arengaba a las tropas desde su montura.

Este desprecio por la muerte habría despertado en el general romano una gran admiración y respeto

Muchos escritores greco-romanos han hablado de esta gran batalla del Duero, los más precisos fueron los dos escritores antes citados, pero ninguno ha narrado el transcurso del enfrentamiento. Orosio señala que los galaicos lucharon con una bravura encomiable, causando una gran mortandad en el ejército de Junio Bruto, pero con ingenuidad y con un elevadísimo coste en vidas humanas. Este desprecio por la muerte habría despertado en el general romano una gran admiración y respeto. No es difícil suponer que, pese a la gran superioridad numérica, y el arrojo de las tribus, que, por cierto, también contaban con muchas mujeres guerreras, estas hubiesen atacado sin demasiado orden, ni una estrategia clara, por lo que no tuvieron muchas oportunidades frente a la profesionalidad de las tropas romanas y la estrategia planificada por su competente general.

Los galaicos, posiblemente confiados en su valentía y su gran superioridad numérica, plantearon una guerra en campo abierto. Un error que pagarían tremendamente caro

A diferencia de la batalla de Teotoburgo en donde las tribus germanas capitaneadas por Arminio, utilizaron el denso bosque para emboscar a las legiones de Varo en una guerra de guerrillas que se extendió por cuatros largos días, los galaicos, posiblemente confiados en su valentía y su gran superioridad numérica, plantearon una guerra en campo abierto. Un error que pagarían tremendamente caro. A pesar de las cuantiosas bajas romanas el desastre del ejército celta fue total. Si creemos a Orosio, 50.000 muertos y 6.000 prisioneros. Apenas unos pocos miles habrían logrado escapar.

El drama para los norteños fue doble. No solo perdieron un gran ejército con los mejores hombres y mujeres en edad de combatir y que les sería imposible recomponer, sino que, por esta misma razón, dejaban totalmente desprotegido todo el territorio. El patricio saboreó las mieles del triunfo y tras esta victoria le fue otorgado el sobrenombre de galaico. El conquistar el sur de la Gallaecia hasta la desembocadura del Miño a orillas del Monte Santa Tecla –célebre, por cierto, por sus castros celtas–, en el actual municipio de La Guardia, se antojaba un juego de niños. Y lo hubiese sido de no haberse interpuesto en mitad del recorrido un río muy especial, el río del olvido.

El río del olvido

¿Cuál era la historia de ese legendario río y por qué supuso, al principio, una barrera infranqueable a los invasores romanos?

Según la mitología greco-romana, en el «Hades», es decir en el inframundo, existían cinco ríos, cada uno con características y poderes especiales. El Aqueronte o río de la aflicción, el Cocito o río de las lamentaciones, el Flegetón, río ardiente o río de lava, el Estigio o río del juramento, (famoso porque en él sumergió, la nereida Tetis, agarrándolo por el talón y por tanto la única parte que no tocó el agua, a su recién nacido hijo Aquiles para hacerlo inmortal) y el Lete o río del olvido.

Las aguas del Lete a su paso por las llanuras elíseas, de

Las aguas del Lete a su paso por las llanuras elíseas, de

Pues bien, para los romanos ese último río era el actual Limia, que nace en la provincia de Orense y muere en Viana do Castelo, en Portugal. De nuevo, según las tradiciones mitológicas de la época, aquellos que cruzaban el río perdían todos sus recuerdos. Estrabón cuenta que se había identificado ese río con el mítico río del olvido porque en una de sus migraciones, los túrdulos, un pueblo prerromano del sur de la península, al cruzar el Limia, habían perdido completamente la memoria y, totalmente desorientados, decidieron establecerse en aquella zona.

Virgilio, sin embargo, tirando de ironía, da una explicación más realista. Para el poeta romano, los terrenos a lo largo de la cuenca del Lete eran los más vitivinícolas de la Gallaecia y el abuso del vino, por parte de los forasteros recién llegados a aquellos lares y no acostumbrados a su consumo en grandes cantidades, producía, entre otras facultades, el completo olvido de lo acontecido tras el cruce de las aguas.

Río Lima o el río del olvido

Río Limia o el río del olvido

Lo cierto es que, en aquellos tiempos de dioses y semidioses, de augures que descifraban el futuro, de druidas, trasgos, faunos y demás seres mitológicos que habitaban bosques, grutas, mares, pantanos y ríos, los galaicos se encargaron de propagar entre las tropas romanas esta leyenda, exagerándola incluso, al mejor estilo de las campañas de desinformación actuales y tuvieron tanto éxito que el ejército en pleno se negó a vadear aquellas aguas arrojando al suelo sus armas.

Junio Bruto decidió arrebatar el estandarte a uno de sus portadores y cruzar él solo el río, ante la asustada y cobarde mirada de la tropa

Ante la amenaza de un motín, Décimo Junio Bruto hizo algo muy inusual y que el resto de sus hombres juzgó como absolutamente temerario. Decidió arrebatar el estandarte a uno de sus portadores y cruzar él solo el río, ante la asustada y cobarde mirada de la tropa, unos soldados que se habían enfrentado, con un gran coraje a un ejército de bárbaros celtas que le triplicaban en número y que ahora se arrugaban como pasas ante el riesgo de perder todos los recuerdos de su vida.

El general llegó ileso a la otra orilla y sin descabalgar llamó a viva voz, uno por uno, a todos los soldados que estaban en primera fila, para demostrar que conservaba sus recuerdos. Aun así, según Tito Livio, muchos al principio se mostraron renuentes y no pocos lo cruzaron con bastante temor. Una vez cruzado el Lete, Décimo pudo concluir, sin problemas, la conquista del sur de la Gallaecia.

No obstante, la superstición del río del olvido aún permanecería durante largo tiempo e incluso volvió a ser utilizado, por los hispano-romanos de Galicia contra los invasores suevos en el siglo V. En la actualidad, en la localidad orensana de Ginzo de Limia se celebra todos los años, a finales de agosto, «a festa do esquecemento» o fiesta del olvido, en la que se recrea el cruce de Junio Bruto y sus tropas por el Lete. Lo que supondría el primer paso para la romanización de aquel indómito territorio atlántico en el que estaba situado el fin de la tierra conocida.

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