
Estatua ecuestre del condotiero Bartolomeo Colleoni, de Andrea del Verrocchio
El regreso de los condotieros: los mercenarios que suplían a los ejércitos sin soldados
En la actualidad, estas figuras son conocidas como contratistas privados y trabajan a través de grandes compañías multinacionales que negocian contratos millonarios con los gobiernos de sus respectivos países
La abolición del servicio militar y la profesionalización de las Fuerzas Armadas han provocado la negativa de nuestros jóvenes a defender su patria, el ataque a la vocación castrense por parte de algunas formaciones políticas, los bajos salarios de los reclutas que sienten la milicia en sus venas y la imposibilidad de acceder más allá de los 29 años. Todo ello favorece que las salidas de profesionales del Ejército sean mayores que las de quienes deseen reemplazarlos en sus filas. Esta crisis vocacional es una de las más importantes dentro del proceso de creación de una defensa europea.
En el pasado, los mercenarios fueron la solución. Durante la Guerra de los Cien Años aparecieron las llamadas Compañías Libres, luego los renombrados piqueros suizos y los lansquenetes alemanes, que complementaron a los guerreros naturales de los reinos. En la Guerra de los Treinta Años, Albrecht von Wallenstein fue el visionario empresarial del mundo mercenario, proporcionando logística, instrucción y provisión de unidades militares.

Campamento de Wallenstein, el visionario empresarial del mundo mercenario. Obra de Rudolf Otto von Ottenfeld
En el siglo XVIII, las Compañías Mercantiles inglesas, holandesas y francesas formaron ejércitos de mercenarios con tropas coloniales. Otro ejemplo fue la ayuda británica a los emancipadores de Hispanoamérica, a través de 6.000 mercenarios de la pérfida Albión contra España.
Sin embargo, hubo que esperar hasta la batalla de Valmy, el 20 de septiembre de 1792, cuando los guardias nacionales de la Francia revolucionaria combatieron cantando La Marsellesa contra los prusianos. El origen de los ejércitos nacionales, motivados por el patriotismo y formados por ciudadanos procedentes del servicio militar, fue la norma general hasta mayo del 68, cuando el cáncer de la deconstrucción alcanzó todos los ámbitos de la sociedad.
La batalla de Valmy, 20 de septiembre de 1792. Obra de Emile-Jean-Horace Vernet
Después de la sangrienta Segunda Guerra Mundial, el inicio de la Guerra Fría y la descolonización impidieron la intervención directa de tropas regulares europeas en otros continentes. La década de los sesenta del siglo XX se convirtió en la época dorada de los soldados de fortuna. La Guerra del Congo, el conflicto de Biafra y la Guerra de Angola fueron los escenarios donde reaparecieron los nuevos mercenarios: veteranos de tropas especiales que nunca sirvieron por dinero al mejor postor, sino de forma diferente a sus respectivos países.
Estos hombres sí tuvieron «licencia para matar», algo que nunca hubieran obtenido formando parte del Ejército regular. El periodista británico de la BBC, y algo más, Frederick Forsyth, fue el autor del best seller Los perros de la guerra, que noveló las crónicas de famosos corresponsales como Diario de una guerra del Congo, del valenciano Vicente Talón.
En la actualidad, estas figuras son conocidas como contratistas privados y trabajan a través de grandes compañías multinacionales que negocian contratos millonarios con los gobiernos de sus respectivos países. Las más famosas Private Military Companies (PMC) –por sus siglas en inglés– se encargan de proveer servicios de combate directo o protección, entrenamiento y planeamiento estratégico en zonas de conflicto, así como de logística en instalaciones, transporte, abastecimiento, soporte técnico de sistemas de armas e inteligencia estratégica.
Entre las más destacadas están la estadounidense Academi (anteriormente Blackwater Worldwide), que inició su labor en Afganistán e Irak; la británica Group 4, que opera en el Golfo Pérsico y en Ucrania; la francesa Défense Conseil International (DCI), empleada por Francia en los países francófonos de África; Chiron, que proporciona entrenamiento a las fuerzas armadas ucranianas, y la también gala Salamandre, especializada en inteligencia sobre complejos nucleares. Todas estas PMC cuentan con instructores que provienen de unidades de élite y de los servicios de inteligencia.
Por parte de los países que forman los BRICS, destaca el ruso Grupo Wagner, compuesto por veteranos de las guerras de Chechenia y antiguos Spetsnaz. Este grupo se hizo célebre en la guerra de Ucrania al reclutar a varios miles de presidiarios para desgastar a los ucranianos y ganar tiempo para la instrucción de sus reservistas. En la actualidad, los Wagner actúan al servicio de su gobierno en África.
Se ha registrado su presencia en Libia, Malí, la República Centroafricana o Sudán, donde operan como proveedores de seguridad en minas y zonas de explotación de empresas rusas, además de ejecutar ataques contra campamentos de terroristas yihadistas. También existe la menos conocida HXZA, fundada en la República Popular China, con antiguos miembros de las unidades de élite del Ejército chino y de la policía. Este grupo opera exclusivamente al servicio de su país en áreas de alta peligrosidad, especialmente en el continente africano, protegiendo los intereses de empresas chinas.
La actividad mercenaria, es decir, la participación de un ciudadano en una guerra del lado de un Estado extranjero del que no es originario, está prohibida en todos los países. En el caso concreto de Francia, la ley n.º 2003-340 del 14 de abril de 2003 establece su ilegalidad. El código penal francés (artículo 436-1) castiga este delito con una pena de cárcel de cinco años y una multa de 75.000 euros.
En España, el artículo 591 del código penal indica que «será castigado quien, durante una guerra en la que España no intervenga, ejecute cualquier acto que comprometa la neutralidad del Estado o infrinja las disposiciones publicadas por el Gobierno para mantenerla». Sin embargo, la legislación no especifica con claridad qué acciones suponen una infracción. A nivel internacional, el artículo 4 del Convenio V de La Haya de 1907, relativo a los derechos y deberes de las potencias y personas neutrales, estipula que «no podrán formarse cuerpos de combatientes ni abrirse agencias de reclutamiento en el territorio de una Potencia neutral para ayudar a los beligerantes».
No obstante, el uso de ejércitos privados, aunque está prohibido, es habitual por parte de los gobiernos de los países desarrollados en contextos donde no pueden intervenir con sus fuerzas regulares. Los condotieros han vuelto para quedarse y resultan menos problemáticos que los reclutas con intolerancia a la lactosa en sus desayunos.