Chancletas en los toros
En la Feria de San Isidro ya se han infiltrado algunos guerrilleros de la banda de los chancletas. Pantalones cortos, pelos en las piernas expuestos a las arcadas de sus vecinos de localidad, y chancletas
Mosén Xirinachs solicitó audiencia a Tarradellas. Xirinachs era muy lerdo y se creía el Ghandi catalán. Guardo su Paquete de Enmiendas a la Constitución de 1978 y su lectura me provoca parecida hilaridad que una buena novela de Wodehouse, de Saki o de Clifford-Barney. Y Xirinachs acudió al Palacio de San Jaime vestido de Xirinachs, es decir, hecho un adefesio. Tarradellas lo recibió de pie, «Xirinachs, soy el presidente de la Generalidad de Cataluña. Si yo, que le presido, me pongo la corbata para recibirle, usted, el presidido, está obligado a mostrarme el mismo respeto». No le invitó a sentarse. Y Xirinachs se marchó a freír monas.
Herri Batasuna había conseguido tres o cuatro escaños en unas elecciones generales. Y acudió Jon Idígoras a la Zarzuela, cumpliendo el protocolo, a visitar al Rey Juan Carlos en el turno de audiencias a los jefes de los partidos. Llegó sin corbata. El marqués de Mondéjar informó al Rey de la impresentabilidad de su vestimenta. Idígoras, además de un terrorista, quiso ser novillero en su juventud con el nombre de «Chiquito de Elgóibar». Y un ayudante del Rey le ofreció tres corbatas a elegir. Idígoras tragó y se puso una corbata. La audiencia duró dos minutos, y al marcharse nadie le reclamó la corbata prestada. –Olía a sangre–, comentó Sabino Fernández-Campo, entonces secretario general de la Casa del Rey.
Pablo Iglesias, que se ducha, se lava el pelo y se pone un smoking para asistir a la gamberrada de los Goya, cuando ha visitado al Rey Felipe en la Zarzuela, lo ha hecho descorbatado, con una camisa arrugada de tres días y aspecto de profundo recelo de cercanía. Pero se le ha permitido la falta de respeto al Rey y a la higiene, porque las cosas han cambiado y, según parece, de forma irreversible.
Vestirse adecuadamente, además de demostrar el respeto al visitado, es una muestra de cultura y buena educación. Y a los toros, especialmente a los tendidos de sombra, la costumbre obliga a un mínimo respeto indumentario. Antonio Ordóñez, el gran maestro rondeño, me lo dijo en su última Goyesca en Ronda. «Me gustan los tendidos llenos de mujeres bien vestidas y de hombres con corbata». Cuando mi juventud, además de la corbata, siempre te topabas con Luisa la florista, que te prendía a cambio de una buena propina un clavel en la solapa. Lo mismo en Las Ventas, que en Sevilla, que en San Sebastián, Bilbao o Santander.
Soy un buen aficionado a los toros y los sigo desde mi prado norteño por televisión. Y es cierto que en la Feria de San Isidro, en los tendidos de sombra, la mayoría de los hombres llevan corbata y las mujeres acuden guapísimas y bien vestidas. Pero ya se han infiltrado algunos guerrilleros de la banda de los chancletas. Pantalones cortos, pelos en las piernas expuestos a las arcadas de sus vecinos de localidad, y chancletas.
No se trata de clasismo, sino de clasicismo. Los toreros crean arte y se juegan la vida con un vestido de torear –lo del traje de luces suena a muy cursi– bastante incómodo y con corbata. El público de sombra tiene que saber corresponder a ese detalle. La plaza de toros de Madrid, anímicamente controlada por el tendido del «7» al que están abonados los aficionados más amargados del Foro, haría bien en administrar con más celo el derecho de admisión. Los chancletas con pantalones cortos, tienen todos los tendidos de sol a su plena disposición. Pero a las barreras, contrabarreras, balconcillos, tendidos altos y bajos, andanadas, palcos y burladeros, se va con pantalones, chaqueta y corbata. Se trata de una norma respetuosa, no de una lucha de clases. Y dicho esto, a cuatrocientos kilómetros de distancia, me preparo para disfrutar de la sexta corrida del abono. Sin corbata, porque estoy en mi casa, pantalones largos, calcetines y zapatos de Gloucester & Pooms, muy incómodos, pero elegantísimos.