Gentuza
A Sánchez le molesta la «gente de bien», quizá porque no se rodea de ella
Le ha molestado bastante al sector de ofendiditos, que podían hacer una Selección masculina, otra femenina y una más trans y competir en los ya necesarios Juegos Olímpicos Woke, que Feijóo le pidiera a Sánchez que dejara de molestar de una vez a la gente de bien, ese peligroso segmento poblacional mayoritario caracterizado por vivir sin molestar demasiado a nadie.
La indignación, con golpecitos en el pecho y tarros de sales a mano, ya es de entrada una confesión: no se sienten incluidos en un epígrafe del que nadie, salvo ellos mismos y su conciencia, les ha excluido, inculpándose con aparatosa torpeza.
Alguno incluso ha ido más lejos y, para replicar la frase algo antigua pero irreprochable, ha llegado a afirmar al borde de la lipotimia que no existe la gente de mal, una frase que habrá que recordarles cuando lancen su próxima fatwa contra cualquiera de los partidos de la oposición y cualquiera de los escasos medios de comunicación que, cuando vemos al emperador desnudo, decimos que va en pelotas.
La cuestión, pues, es si existe la gente de bien y si existe la gente de mal y quiénes están en cada epígrafe. El ejercicio debería poder hacerlo un niño de cinco años en menos de dos minutos, pero algo debió joderse más allá del Perú para que en España se requiera la presencia de los cráneos más privilegiados para resolver un enigma que no existe.
Gente de bien, amigos progresistas, es la que tiene una opinión y no busca criminalizar la tuya. La que prefiere un puente que una trinchera. La que trabaja, paga impuestos y espera que el Gobierno lo gaste en lo correcto sin dejarle a él tiritando a mediados de mes.
La que quiere a España sin creer que es la única ni la mejor, pero sabe que es la suya. La que respeta las leyes, no pega tiros, no da golpes de Estado, no tiene dudas de quiénes son las víctimas y quiénes los verdugos. La que cuida a su familia y daría su vida por ella. La que distingue la educación del proselitismo. La que no exige privilegios pero no acepta agravios.
La que prefiere a un violador en la cárcel que suelto. La que sabe que los menores no se deben mutilar su cuerpo cuando aún no saben qué tienen en la cabeza. La que busca antes un punto de encuentro que una razón para el choque. La que sabe sumar y comprende que, si gastas más de lo que tienes, creas un problema gordo. La que se siente más cómoda con Vara, Page, Lambán, Ayuso o Moreno que con Otegi, Junqueras, Puigdemont o Nogueras.
La que no espera grandes lujos y se contenta con no sufrir demasiadas carencias. La que quiere a los animales pero no más que a las personas. La que sabe diferenciar un error de una mentira, una trampa de un accidente y un fracaso de un abuso.
La gente de bien existe, y se caracteriza por entender que la tolerancia solo es cierta cuando se aplica al antagónico, siempre y cuando éste respete un terreno de juego ancho, pero limitado, que permite la convivencia entre distintos.
La gente de mal es igual de reconocible: es toda ésa que, al leer el listado precedente, sabe que no encaja y considera a continuación que su superioridad moral, intelectual, política y personal, concedida por un jurado compuesto por él mismo, le faculta para despreciar al resto.
La gente de mal es Sánchez, que en lugar de sentirse incluido en la de bien, se indigna profundamente sin darse cuenta de la imagen que le devuelve el espejo: la de un tío que va buscando fantasmas franquistas inexistentes y, cuando se encuentra monstruos sexuales de carne y hueso, les regala la llave de la celda y tiene el cuajo de hacerse el ofendido.
Solo la gentuza tiene dificultades para entender qué es la gente de bien.