Asesinar a Pablo Iglesias
El transfuguismo de Yolanda Díaz es un «pablicidio» por entregas que desafía al jefe del chavismo a dar una respuesta o a presenciar su funeral
Solo Monedero y un poco Rufián han saltado en defensa de Pablo Iglesias, que ya vive en un búnker rodeado por las tropas amigas, armadas por él hasta los dientes y dispuestas a matarlo en cuanto asome el hocico por la mirilla.
El pablicidio, como el asesinato de todo César aunque sea de saldo, siempre viene de quienes un día fueron tus socios, cuando no tus patrocinados, y a ese modus operandi responde la operación ordenada por Pedro Sánchez y perpetrada por Yolanda Díaz, que técnicamente es una tránsfuga: llegó al Gobierno por el dedo de Iglesias y aceptó representar a Podemos para, desde ahí, fundar otro partido y mandar a la guillotina al suyo propio.
A Rosa Díez, por montar UPyD cuando todo el mundo sabía que ya se iba del PSOE pero aún mantenía el acta de eurodiputada, la pusieron de verde para arriba desde el socialismo que ya derivaba en sanchismo, un régimen sin ideología pero con los mayores intereses y los menores escrúpulos.
Apiadarse del asesinato político de Pablo Iglesias es tan complicado como aplicar la ley animalista a una campaña de desratización, pero que se merezca la pena política máxima no significa que sus verdugos sean decentes.
Díaz sólo era una perdedora de elecciones en Galicia cuando la eligió, sin que a ella le preocuparan entonces las tutelas dedocráticas, y Pedro Sánchez seguiría haciendo tesis doctorales plagiadas de no ser por el apoyo condicionado de quien ya era un miserable antes de que ellos le ajusticiaran.
A Emiliano Zapata le adjudican una frase que también les achacan al cruel Che Guevara, a la Pasionaria o hasta al general Custer antes de ser arrasado por Toro Sentado en Little Bighorn, aunque en los tiempos que corren podría salir del pitiminí retórico de la propia Díaz, una nadería venenosa envuelta en melaza dentro de un bote de mermelada embadurnado en nocilla y miel.
«Más vale morir de pie que vivir de rodillas», que es la némesis de lo que dijo Méndez Núñez cuando, para salvar a sus hombres de los ataques de Perú, Bolivia y Ecuador a mediados del XIX, prefirió preservar los barcos a la honra para no perder las dos cosas.
Y ése es el dilema al que se enfrenta Iglesias, una vez conocidas las intenciones de sus viejos amigos: le han matado para programar el funeral tras las elecciones autonómicas del 28M, a las que Yolanda Díaz no se presenta para alimentar el hundimiento definitivo de Podemos y negociar su rendición incondicional con la misma ausencia de piedad que recibió Alemania tras la Primera Guerra Mundial.
No parece probable, repasando la trayectoria del personaje, que acepte el vía crucis sin presentar batalla pero, a la vez, sin marcharse aún del tripartito que es ya la jaula de grillos a título de Gobierno de España.
La última vez que Podemos iba a morir, en las elecciones de la Comunidad de Madrid donde Ayuso arrasó, Iglesias salvó de la extinción al chavismo castizo que él encarna asumiendo la candidatura y marchándose del Gobierno.
No extrañaría que repitiera la jugada: bien antes de las próximas generales, si la pérdida de sangre es casi irremediable o bien, como le gustaría, justo después de que Sánchez salga por la ventana y Feijóo entre por la puerta de la Moncloa.