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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Los gayumbos de Mi Persona, poco estilo

En esta gira mediática en la que intenta tomar aire emerge un dirigente de personalidad nada elegante, que linda con lo zafio cuando intenta el humor

Actualizada 09:35

La revista londinense Country Life, que acumula ya 126 años sobre su chepa, es la publicación de referencia sobre la vida rural inglesa de caché. Se ocupa de la arquitectura solariega de la campiña, los paisajes bucólicos, la jardinería, la caza… y sigue despachando miles de ejemplares en la era digital.

En un reportaje publicado en 2015 se propusieron analizar en qué consiste ser un perfecto caballero en pleno siglo XXI. Medio en serio y medio en broma, establecieron las 39 normas que a su juicio debe observar un gentleman. El auténtico caballero es puntual y se presenta siempre cinco minutos antes de la cita. Apaga el móvil antes de sentarse a una mesa. Sabe estar callado. Es amable con el servicio y, si hay niños, conoce un par de truquillos para entretenerlos.

Jugando a la ironía snob, Country Life enumera además con humor socarrón los errores que arruinan a un aspirante a gentleman. Entre ellos citan secarse el pelo con secador, veranear en Florida, poseer un yate sin velas; pedir champán Cristal, con su botella dorada y kitsch; instalar una cesta de baloncesto en el jardín o enviar emoticonos en los mensajes de trabajo.

Pero cuando abordan el asunto en serio hacen suya la máxima de Oscar Wilde, quien definía al perfecto gentleman como «aquel que jamás hace daño a nadie intencionadamente». Es decir, al final la categoría de caballero se alcanza por los atributos morales, por «mostrarse tan amable y colaborador como sea posible», por decir la verdad y por la modestia, evitando una ostentación jactanciosa de los propios conocimientos.

Si aplicamos tales pautas a ese que todos conocemos, el resultado es que no aprueba una. A la vista de sus sudores fríos con las encuestas ha iniciado una ronda de entrevistas a la desesperada por radios y platós, donde intenta mostrarse próximo, empático y hasta simpatiquillo. Una de las paradas ha sido en el programa de (mal) humor del apodado Gran Wyoming, gastado actor de club de la comedia que solo conoce un chiste: la faltada sectaria contra quienes no comparten su ideario, el «progresismo» obligatorio (y ni siquiera es capaz de escribir los insultos que vocifera, pues se trata de un busto parlante que interpreta lo que le pasa un equipo de guionistas).

En su paso por ese programa, el invitado estelar intentó practicar el arte del sentido del humor. Pero lo que le salió –ay– fue pura chabacanería. Los guionistas hicieron que el busto parlante le preguntase qué tipo de calzoncillos utiliza. Mi Persona, creyéndose sumamente graciosete, respondió así sobre la cuestión gayumbera: «Anda que si te digo que no llevo nada de eso…». Para coronar tan inteligente broma, añadió: «Te estoy tirando los tejos, Wyoming». Un súper clase.

La mejor receta electoral para el candidato «progresista, feminista y ecologista» sería permanecer encerrado y callado hasta el 23-J, para evitar errores. Pero su ego le puede y cree erróneamente que conocerlo es amarlo. El problema estriba que en cuanto se sale un poco del guion prefabricado, lo que emerge es una personalidad un tanto zafia, con un humor de garrafa que tiende a casposo. Una persona poco elegante. La misma que en su mocedad subía los viernes tuits –hoy pertinentemente borrados– en los que animaba a su peña de amigotes masculinos a practicar la cinegética noctívaga. Y parece que no ha mejorado, porque en cuanto se suelta enseguida asoma un cierto ramalazo gañancete: «Wyoming, si gano las elecciones te invito a dar una vuelta en el Falcon». Todo un estadista. Desde las comedias ochenteras de «Los albóndigas» no se había visto tanto nivel.

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