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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Y después de echar a Sánchez, ¿qué?

Relevar a la coalición que nos gobierna es una urgencia, porque pone en riesgo la propia continuidad de España, pero una vez hecho toca proponer otro modelo

Actualizada 11:09

En España hemos vivido una distopía orwelliana hecha realidad. Si a comienzos de 2018 alguien nos hubiese dicho que muy pronto un candidato que había perdido las elecciones iba a hacerse con el Gobierno coaligado con los separatistas del golpe el año anterior y con los estrafalarios comunistas de Podemos –y más tarde con el partido de ETA–, le habríamos olfateado el aliento a ver si se había soplado un par de pacharanes. Pero eso fue lo que ocurrió, por imposible que pareciese.

Esa anomalía extremista sobre la que se funda el sanchismo es lo que convierte en atípicas las elecciones del 23-J. Constituyen un plebiscito. Los españoles tendrán que elegir si quieren seguir gobernados o no por la coalición con separatistas y comunistas que supone la única opción del PSOE. En resumen: ¿Quieres más Sánchez o quieres echar a Sánchez? Esa es la cuestión.

Pero el hincapié en ese asunto capital hace que se hable poco del día después de Sánchez (si es que llega). ¿Qué quieren hacer con España sus posibles sucesores en el poder?

Echar a Sánchez es condición necesaria. Pero no suficiente. Si la ingeniería social de esta legislatura y la política fiscal socialdemócrata abrasiva van a quedar más o menos intactas, o maquilladas, lo que tendremos es una especie de sanchismo sin Sánchez, un poco más aseado a la hora de cuadrar los balances y sin Bildu y ERC a bordo.

El último presidente español que tuvo un plan de luces largas para España fue Aznar, con tres ejes: acabar con ETA, mejorar el peso internacional de España y liberalizar la economía. Aunque no dio una como jefe de personal -en su etapa afloró la bochornosa corrupción del PP-, cabe reconocer que tuvo bastante éxito en las grandes tres metas de Estado que se propuso.

Mi quiniela es que Feijóo va a golear a Sánchez en las urnas. Pero como ciudadano echo en falta un poco de esperanza en positivo, la oferta de una Nueva Frontera, un proyecto-bandera para ilusionarnos con la posibilidad de una España mejor.

Se necesita como el comer recomponer la seguridad jurídica, que además resulta crucial para lograr atraer capital exterior. No puede ser que si una sentencia no gusta al poder separatista catalán no se cumpla, o que no exista de facto Inspección Educativa estatal en Cataluña y el País Vasco. Tampoco puede continuar el actual circo sectario de la justicia. O las chapuzas legislativas. O las arbitrarias cacerías ideológicas las empresas.

Se necesita proyectar una imagen de país serio, fiable, para que las grandes multinacionales y los proyectos europeos apuesten por instalarse en España (y no por escapar corriendo de un país donde gobiernan los socialistas con los comunistas, y para colmo coaligados con separatistas que quieren destruir la nación en cuestión).

Se necesita darle un vuelco radical a la educación, recuperando el valor del esfuerzo y el mérito, porque competimos con países donde son igual de inteligentes que nosotros, pero además se dejan las pestañas estudiando para ser los mejores. Se necesita asumir que el mundo es digital y que donde nos la jugamos es ahí, y más con la irrupción revolucionaria de la IA, y ya no en la agricultura y la pesca (y lo dice alguien cuyos ancestros han vivido todos de la mar).

Se necesita una política económica liberal, que dé alas a empresarios y emprendedores, y a los profesionales que aspiran a progresar hasta lo más alto. Hay que dejar atrás este pesado modelo socialdemócrata, que explica nuestro problema endémico de paro, que exprime fiscalmente todo éxito, que prefiere dar una subvención por no hacer nada a otorgársela a quién constituye una empresa.

Se necesita reforzar el Estado, que está en el chasis, como se vio de manera lacerante cuando estalló la pandemia, y como se evidencia en los (absurdos) 17 exámenes diferentes de selectividad, o en que los ordenadores de una región no se comunican con los de otra en temas básicos, siendo tan española una persona de Murcia como una de Lugo u Olot.

Se necesita desmontar la losa de ingeniería social que nos han echado encima en el último lustro. Leyes como la de eutanasia no son «avances en derechos», sino anomalías que denotan una grave deshumanización (por algo no llegan a los dedos de las dos manos los países con normas así).

Se necesita un poco de grandeza de miras, deportividad y juego limpio. En política debe haber adversarios, no enemigos, y hay que respetar el derecho a existir de los partidos que no piensan como el tuyo, pues es la base de una democracia (algo que el sanchismo ha puesto en jaque con sus cordones sanitarios frente a «la derecha y la ultraderecha»). Se necesita creer en la importancia capital de las familias, las clases medias y la natalidad, que constituyen la columna vertebral de los países, y no las carrozas de Chueca.

Se necesita recuperar el valor fundamental de la verdad e instaurar la norma profiláctica no escrita de que aquí todo alto cargo pillado mintiendo se irá a su casa.

Se necesita, en fin, creer en España, un país maravilloso que si vuelve a la senda del sentido común y adopta unas leyes económicas amables y no confiscatorias puede tener un futuro magnífico. Y eso es lo que deberían estar proponiéndonos, en lugar de una liza peronista por ver quién ofrece la subvención mayor, o peleítas de vía estrecha por repartos de sillones.

España, un país que ha sobrevivido a la extravagancia del sanchismo, tiene que ser más duro que el osmio. Solo necesita un Gobierno que reme a favor de obra, en lugar de uno que lastra la nave con sus obsesiones doctrinarias y su probada alergia al sentido común y la verdad.

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