Tsunami antisemita
Las rectoras de Harvard, el MIT y la Universidad de Pensilvania –que Dios las confunda– apelaron al contexto. Ergo hay contextos donde llamar al genocidio de los judíos no es reprobable
Arafat reventó los Acuerdos de Oslo de 1993, que tantas esperanzas suscitaron, con exigencias imposibles de última hora: el retorno de varios millones de supuestos refugiados (la mayoría eran descendientes de los refugiados originales de la guerra del 47-49). La condición de refugiado palestino se hereda y se cultiva por la UNRWA, por eso ya hay más de cinco millones. Mientras, ACNUR trabaja para que el resto de refugiados del mundo dejen de serlo. Había un número similar de refugiados judíos y árabes en 1949 (en torno a 700.000 por cada parte). El recién nacido Estado de Israel absorbió a los suyos. Ningún país árabe hizo nada parecido con los refugiados palestinos. Prefirieron dejar crecer el problema para usarlos como baza. Iba a escribir «baza negociadora», pero no hay tal cosa: es una baza para romper negociaciones, una baza para lograr su verdadero propósito: acabar con Israel.
Los llamados Parámetros de Clinton, tras Camp David (2000), debían solucionar el problema. Se reconocía un Estado palestino sobre el 98 por ciento del territorio reclamado. Israel aceptó. Arafat no. Más de veinte años después de aquel grave error (perfecta ilustración del dicho según el cual «los palestinos no pierden una oportunidad de perder una oportunidad»), se ha desatado en Occidente una ola de antisemitismo. El detonante, por increíble que parezca, ha sido el pogromo del 7 de octubre, justificado por el secretario general de la ONU porque «las cosas no nacen de la nada». Ministras españolas caídas y ministros que aún no lo eran culparon de inmediato a las víctimas. Les negaron cualquier condolencia, igual que el movimiento feminista, que no condena la violación si la violada es judía. Pronto Sánchez encabezó el apoyo mundial a los verdugos.
Se ha borrado cualquier esperanza para Israel y para los judíos de encontrar auxilio en la civilización que ellos parieron. Ni ONU, ni UE, ni Cruz Roja, ni Amnistía Internacional, ni nadie en el nutrido entramado de oenegés que explotan la industria de la solidaridad. Hoy los judíos son perseguidos y acosados en Estados Unidos, en Francia, en el Reino Unido. Algo empuja en la dirección del mal absoluto que conoció el siglo XX. ¿Quiere morir Occidente?
El Debate es el único gran diario español que no rezuma judeofobia. Me conforta no rozarme con ese viejo monstruo que, convenientemente travestido, es hoy una causa global de la hegemónica izquierda woke. Las rectoras de tres universidades de élite estadounidenses han sido incapaces de responder «sí» a una pregunta sin otra respuesta posible. La formuló la congresista Elise Stefanik: «¿Hacer un llamamiento al genocidio de los judíos viola el código de conducta de su Universidad? ¿Sí o no?» Aludía a los cánticos, actos y eslóganes de muchos alumnos y de algunos profesores cuyas demandas implican, en efecto, un genocidio: «Del río al mar…» Los titubeos de las tres comparecientes sorteando el obligado «sí» ilustran una era condenada por su olvido del Holocausto.
Las rectoras de Harvard, el MIT y la Universidad de Pensilvania –que Dios las confunda– apelaron al contexto. Ergo hay contextos donde llamar al genocidio de los judíos no es reprobable. Se sobreentiende que el contexto actual cumple las condiciones. ¿Qué contexto? ¿La masacre de jóvenes judíos en una fiesta, las violaciones de judías rompiendo sus cuerpos, el asesinato de bebés, el secuestro masivo? Esas cosas «no nacen de la nada» según el canalla Guterres. ¡Que Israel no se haya quedado de brazos cruzados, he ahí el contexto! Debieron sentarse a esperar el próximo pogromo. Nos lo aclararán los corresponsales occidentales si dejan de publicar un rato lo que les dictan los terroristas.