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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Koldo, el portero del lupanar de Sánchez

Mientras Sánchez confinaba y hundía España, los suyos se forraban. Esto ya lo vimos con los ERE y el Tito Berni

Actualizada 01:30

Pedro Sánchez destituyó a José Luis Ábalos por sus chanchullos, pero le mantuvo con un hilo de vida como diputado, con su correspondiente remuneración, para que no metamorfoseara de cómplice a delator, algo que ocurre siempre cuando una de las partes teme comerse el marrón de la banda entera.

Es una deducción lógica, pero algo más: Sánchez ejecutó un poco a Ábalos, el hombre que le ayudó a ganar las primarias, pero no lo mató del todo, no explicó jamás las razones de su cese y no desmintió nunca el formidable alud de informaciones públicas al respecto del comportamiento, las costumbres y los apaños de su viejo amigo de correrías.

Quien calla otorga, especialmente viniendo de alguien que ondeó la bandera de la transparencia, la higiene democrática y la decencia para asaltar la Moncloa, en realidad, como un vulgar pirata de pata de palo: nadie ha tenido luego tanta desvergüenza como Sánchez en la ingente tarea de demoler la rendición de cuentas en tantos asuntos públicos y privados que le afectan.

Qué sabrán Sánchez de Ábalos y viceversa como para que, odiándose en realidad, hayan mantenido hasta ahora el fino equilibrio entre el repudio y el silencio, en una especie de omertá de larga tradición socialista, con los ERE como mayor prueba de ello.

Los jefes de aquella trama fueron elevados a la Presidencia del PSOE, tanto Chaves como Griñán, tal vez en agradecimiento a los servicios prestados al partido como promotores de una maquinaria electoral dopada que aportó un granero de votos cautivos no solo para Andalucía: durante años, de allí salió cerca del 20 por ciento del apoyo total que Felipe, Zapatero o el propio Sánchez conseguían en toda España.

La complicidad del PSOE y de Sánchez con los ERE, Tito Berni o ahora Koldo no es cuestionable, ni siquiera cuando sueltan amarras con todos ellos: dejan pasar el tiempo, tras el disparo inicial, y al final acaban todos amnistiados, indultados e incluso rehabilitados. No sea que les dé por cantar «La Traviata» y los tenores de verdad acaben siendo identificados como los verdaderos jefes de la organización.

Pero hasta para corromperse puede tenerse un poco de clase, y el PSOE no la tiene: siempre tira de un chófer farlopero, de un usuario de samaritanas del amor o del portero de un bar de lucecitas; como si su siniestra experiencia fuera inmejorable para encargarse, con conocimiento, de ese antro de moda que es Ferraz, la madre de todos los putiferios y su cuartel general.

Sánchez siempre tiene el desparpajo de presumir de expediente académico mientras plagia su tesis; de pontificar sobre el clima mientras lo contamina con su Falcon adictivo o incluso de abolir la prostitución mientras en casa su suegro rozaba el sector y su guardia pretoriana la conocía a fondo, por ser benévolos.

Y con las mascarillas ha pasado lo mismo: se ha dedicado a difamar a Ayuso, incluso después del archivo de la acusación sobre su hermano, mientras medio Gobierno y las pocas autonomías donde aún no habían desokupado al PSOE se gastaban millones en mascarillas a precio de caviar o defectuosas, importadas a España con el modus operandi de un cártel de la droga.

A Sánchez lo definen muchas cosas, y todas malas, pero quizá Koldo nos ha ayudado a entender la primera de todas: es un tipo que primero rebajó la amenaza de un virus y después nos encerró inconstitucionalmente para tapar la huella del crimen.

Y entre medias, permitió que el custodio de los avales que le hicieron secretario general del PSOE, de profesión machaca de lupanares, se forrara gracias a la muerte de decenas de miles de españoles. ¿Él solo? Ésa es ya la pregunta.

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