Vox y PP
Ahora ya sabemos lo que duran las convicciones del PP cuando se trata de oponerse a la hegemonía cultural 'woke': nada. Cero segundos. No existen tales convicciones. La prueba es que su renuncia a la guerra cultural ha seguido a la salida de Vox de los gobiernos autonómicos
Es instructivo que el PP acabe con el pin parental y con las leyes de concordia que venían a desactivar ese rencor histórico vicario conocido como memoria democrática. Que acabe con todo lo hecho para contrarrestar la hegemonía cultural de la izquierda. Lo suyo es que el proceso de interiorización de las causas woke les tome más tiempo. No mucho. Por ejemplo, entre su recurso ante el Tribunal Constitucional por la zapatera ley del aborto y su celebración por haberlo perdido transcurrieron diez años. Pero eso apenas nos dice nada. No sabemos si habrían celebrado su propia derrota a los siete años de haber llegado antes la sentencia. O a los seis, o a los cinco. ¿Y a los diez meses, a los seis, a los tres? Son preguntas sin respuesta. De ahí la importancia de su reciente decisión de «posicionamiento»: desmarcarse de Vox en todo. Consta así la duración de las convicciones que llevaron a los populares a oponerse al rencor histórico del PSOE, a la patraña de la bondad de la Segunda República, al cuento de que el Frente Popular luchaba por la democracia. Y también, en otro ámbito, permite conocer la duración de otra firmeza: la convicción de que los padres tienen algo que decir si la escuela expone a los niños a visiones ideologizadas del sexo que, para más inri, pueden conllevar serios peligros para su salud, dada la prohibición de todo apoyo psicológico que no sea «afirmativo». Es decir, que no refuerce el repentino empeño infantil —hoy casi siempre inducido— de haber nacido en un cuerpo equivocado.
Pues bien, ahora ya sabemos lo que duran las convicciones del PP cuando se trata de oponerse a la hegemonía cultural woke: nada. Cero segundos. No existen tales convicciones. La prueba es que su renuncia a la guerra cultural ha seguido a la salida de Vox de los gobiernos autonómicos. Solo después de desertar tan deprisa de sus criterios podemos afirmar que no eran criterios. Que estaban cómodos agachando la cabeza ante la superioridad moral de la izquierda. Igual les molestaban las cervicales, igual no disfrutaban nunca de las ventajas (acreditadas científicamente, ver Jordan Peterson) de caminar erguido, pero al menos no les torturaban los medios de Prisa, el de Escolar, el de Roures, el tonto del pueblo de la Resistencia, etc. No obstante, sentir como tortura las críticas, insultos, chistecitos y cochinadas varias de los pseudomedios sanchistas denota una preocupante pusilanimidad. Del mismo modo que las economías no se hacen fuertes hasta someterse «a los fríos vientos de la competencia» (Margaret Thatcher dixit), un partido político no puede combatir ni en mala ni en buena lid sin haber desarrollado callos, luego una cáscara, luego una coraza, luego una muralla en las anchas espaldas. Alegrémonos, pues las cosas ya están claras: del PSOE a su izquierda, sumando a separatas, debería ser competencia de la Guardia Civil. Después están la izquierda democrática, que es el PP, y la derecha democrática, que es Vox. Con idearios diferentes.