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Ojo avizorJuan Van-Halen

Periodismo funcional

Las opiniones publicadas por cargos políticos pueden desembocar en el periodismo funcional, incluso sin desearlo sus autores. Yo eludí el riesgo cuando me encontré en esa situación. Tomé decisiones para conseguirlo

Actualizada 01:30

Hoy incluyo alguna referencia personal, acaso porque soy la persona a quien más conozco, o no, y el primero de mis lectores, ya que me leo al tiempo que escribo. El tema de fondo se refiere al periodismo funcional que es aquel que sirve, que es utilitario, que es cómodo y encuentra compensaciones. Confieso que siempre he escrito por libre y al filo del barranco. No busqué la comodidad. Acaso pequé y peco de confiado.

El periodismo busca, ofrece y desentraña noticias; es información. También abre el pensamiento, expresa ideas cuando el autor tiene la fortuna de que le dejen. La funcionalidad del periodismo político nació pronto. Los medios ya apoyaban ideas determinadas, servían a una causa. Su grueso calibre llegó más tarde. Lo vivimos hoy, por ejemplo. Sabemos quiénes ejercen un periodismo funcional, utilitario, cómodo, buscan algo a cambio de su servilismo, y quiénes no lo buscan y, por ello, no lo encuentran. Se habla hoy de periodismo de rebaño, siervo del «puto amo» (Puente dixit), y del que va por libre. Ese doble rostro se manifiesta, sobre todo, en el columnismo y en las tertulias; hasta ahí llega el muro erigido por Sánchez. Mientras, mantenemos, entre todos, medios públicos que sirven ciegamente al Gobierno ignorando a quienes disienten, que son la mitad de los españoles. Y esos también les pagan el sueldo.

En mi larga vida, como tantos otros en el periodismo, he hecho casi de todo. Desde dar sombra al botijo a vivir las peripecias del corresponsal de guerra, dirigir la Opinión, llevar una columna diaria, viajar por esos mundos. El columnismo, sobre todo el político, permite meter las manos en la masa, arriesgarse. Grandes maestros –pienso en quiénes traté tanto–, como Campmany y Romero, ejercieron el columnismo político, pero otros maestros y amigos, como González Ruano y Alcántara, con miles de columnas en su haber, no escribieron artículos políticos. Sólo González Ruano abordó la política desde su corresponsalía en Berlín. Me dijo que la política, tan falsa, le aburría. Era hombre de recursos. Al desconocer el idioma alemán contrató a un limpiabotas español con el que escuchaba, y le traducía, las noticias de la mañana. Luego al café para escribir su crónica.

El periodismo político está de moda. Gracias a los padecimientos judiciales de Begoña Gómez, que tanto hicieron cavilar a su marido, sabemos que hay seudomedios, fabricantes conscientes de bulos, y lodazales en donde los malos de la película pueden refrescarse, como los elefantes. Cuando Sánchez acusa a periodistas, que no identifica, de ser «máquinas del fango» les impulsa a un tratamiento curativo, la fangoterapia, remedio tópico de la medicina alternativa. Pero él no quiere que nos creamos elefantes y apuesta por el método que llama «regeneración democrática». Lo anunció hasta en la Asamblea General de la ONU, es verdad que ante un enorme salón casi vacío. Ni dirigentes del mundo mundial ni embajadores. Tras el plantón de Anne Hathaway parece que a Sánchez se le torció el viaje.

George Lakoff en «No pienses en un elefante», que por su influencia y valor práctico para los políticos se llegó a comparar con «El Príncipe», estudia las palabras y las desnuda: no son inocentes. Y profundiza en su marco mental y conceptual. Sánchez es tan despierto que, sin leer a Lakoff y acaso desconociéndole, llega a parecidas conclusiones, a su favor, claro, y quiere aplicarlas a las bravas. Cada dos o tres meses una especie de comité de la verdad, la suya, presidido por Bolaños, evaluará la bondad o maldad de los periodistas y los medios. Luego los favorecerá o perseguirá según esa evaluación. Resucita a Orwell.

Me permito trasladar a Girauta, compañero de andamio, desde la cercanía y el afecto, el riesgo del periodismo funcional. En una columna de título cercano a una mía, la suya «Vox y PP» y la mía «El PP y Vox», considera al PP la «izquierda democrática», entre otras aseveraciones parecidas. La postura de Vox. No es la única vez. En mi columna criticaba tanto al PP como a Vox y deseaba su acercamiento. Pensé que sólo Sánchez asumía que el bien y el mal son absolutos si le dejan ubicarlos. ¿Y por qué temo que Girauta se deslice hacia lo funcional y utilitario? Porque ejerce una responsabilidad política, eurodiputado, a la que accedió desde un partido, esta vez Vox, y corre el riesgo de que cuando escribe pueda resentirse su libertad. O se le utilice.

Las opiniones publicadas por cargos políticos pueden desembocar en el periodismo funcional, incluso sin desearlo sus autores. Yo eludí el riesgo cuando me encontré en esa situación. Tomé decisiones para conseguirlo. Es fácil de comprobar. Temí convertirme en columnista funcional o que pudiera pensarse que lo era. Debe saberse que opinas por ti y no para ser útil a quienes te nombraron. Alejado desde hace años de las responsabilidades públicas, aseguro que se vive más tranquilo y, sobre todo, se exhiben opiniones más libres. Cada uno es como es.

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