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El ojo inquietoGonzalo Figar

Sobre las elecciones americanas

Como político, Trump ha defendido posturas fiscales marcadamente conservadoras, con grandes bajadas de impuestos; ha liberalizado la economía, especialmente, en el sector energético; ha apostado por fronteras seguras; ha defendido la necesidad de mantener el poderío militar americano

Actualizada 01:30

En menos de dos semanas, Estados Unidos se enfrenta a unas elecciones presidenciales que, si nos fiamos de las encuestas, van a resultar ajustadísimas. Todo apunta a que un mero puñado de votos en muy pocos estados clave decidirá si Donald Trump regresa a la Casa Blanca o bien permanece en ella Kamala Harris, pero ya sin el 'Vice' delante del título.

Aunque no seamos americanos, a todos nos impacta quién sea la persona que ocupe el Despacho Oval, pues el poder e influencia del presidente de la nación más poderosa del mundo, y líder del mundo occidental, nos compromete a todos. Así que, aunque no podamos votar, todos debemos pensar en quién nos gustaría que ocupe ese sillón.

Yo tengo un favorito claro: quiero que gane Donald Trump y, además, pienso que efectivamente va a ganar.

¿Por qué apuesto por Trump? Pues primero, como siempre en política, las elecciones no son ejercicios teóricos, sino decisiones prácticas que se toman entre las opciones reales que están en la papeleta. No se vota entre un universo de posibilidades ideales; se vota entre las alternativas que están ahí frente a nosotros. Y, en este caso, sólo hay dos opciones, dos visiones diametralmente opuestas sobre la política, la economía, la sociedad e incluso diría que la propia naturaleza de Estados Unidos y de Occidente. La simple realidad es que hay que decidirse por una de esas dos opciones, que son las únicas que concurren a las urnas: la visión de Kamala Harris y el Partido Demócrata y la visión de Donald Trump.

En este contexto, aunque sólo sea por puro descarte, quiero que gane Donald Trump. Kamala Harris es una cáscara vacía, una persona que no representa nada propio más allá de los peores eslóganes e ideas de un Partido Demócrata cada vez más secuestrado por el ala más woke y radical.

Su carrera política ha sido una constante promoción de las políticas identitarias más extremas que representan lo peor del Partido Demócrata actual: el colectivismo, la política identitaria basada en dividir por grupos y clases, el intervencionismo económico, el activismo trans, el ambientalismo apocalíptico, y la censura de discursos e ideas que no se consideran 'adecuados'. No en vano, antes de ser vicepresidenta, Harris fue reconocida como la senadora más radical del Senado, superando incluso al neocomunista Bernie Sanders.

El historial de Kamala Harris como vicepresidenta es igualmente decepcionante. No ha hecho nada, salvo tapar a conciencia el evidente deterioro mental de Joe Biden hasta última hora, en la que vio la oportunidad de apuñalarlo por la espalda y robarle la nominación –porque, no olvidemos, Kamala no ha ganado ni una sola primaria. La única tarea destacada que asumió durante esta Administración fue la de gestionar la crisis fronteriza, y el resultado ha sido un completo desastre. La situación en la frontera sur está fuera de control, con niveles récord de inmigración ilegal y una falta total de soluciones.

Ver una entrevista de Harris es un ejercicio doloroso; una constante risa forzada, que saca de quicio; una incapacidad para responder nada concreto; una vuelta a los lugares comunes más simplones; y una serie de frases hechas y enlatadas que repite hasta el punto de convertirse en memes.

En fin, que votar a Kamala Harris me parece algo impensable. Por lo tanto, nos queda Donald Trump. Y, para valorar a Trump, creo que es útil y práctico separar a Trump la persona de Trump el presidente.

Lo realmente problemático de Trump, lo que suele causar rechazo e, incluso, odio, es su persona. Es innegable que es un narcisista, falto de tacto, grosero. Es innegable que su retórica es deliberadamente provocadora. Y es innegable que su relación con la verdad es, por decirlo suavemente, cuestionable. No es el tipo de persona que, a priori, querrías como yerno o el ejemplo que le pondrías a tus hijos.

Pero cuando miramos su agenda política, cuando vemos lo que realmente hizo en sus cuatro años de mandato, lo que resalta es una serie de políticas relativamente tradicionales dentro del marco conservador –con algunos toques populistas, por supuesto, pero, en general, nada que no hubiera propuesto o hecho un conservador americano previamente.

Como político, Trump ha defendido posturas fiscales marcadamente conservadoras, con grandes bajadas de impuestos; ha liberalizado la economía, especialmente, en el sector energético; ha apostado por fronteras seguras; ha defendido la necesidad de mantener el poderío militar americano; ha nombrado tres jueces al Tribunal Supremo de una calidad y un perfil excelentes; y, aunque tiene un estilo bravucón y caótico en política exterior, su enfoque ha sido principalmente pseudo-aislacionista. Es decir, todas ellas posturas ya presentes en el movimiento republicano americano de una manera u otra. Nada nuevo bajo el sol, que dirían los clásicos.

Nos llevan pintando a Trump como el diablo encarnado desde el año 2015. Cuando sólo era un candidato, un magnate inmobiliario y algo megalómano, este mensaje de miedo quizá pudo calar en el electorado, pero hoy día resulta que ya ha sido presidente, ya ha sido el hombre más poderoso del mundo…. y el mundo no se acabó. Al contrario, la economía americana prosperó, se redujo la inmigración ilegal, no se inició ningún conflicto –es más, se alcanzaron pactos internacionales importantes como los Acuerdos de Abraham en Oriente Medio.

No me gusta la retórica de Trump. No me gusta lo que ocurrió el 6 de enero de 2020 (aunque aún hay muchas incógnitas por despejar de ese día). No estoy de acuerdo en que no aceptase los resultados electores. No me gusta su estilo personal. Vaya, ¿pero es que acaso hay algún político en el mundo que nos represente al 100 %? Normalmente, no elegimos al candidato perfecto, con el que estamos de acuerdo en todo, sino elegimos al menos malo. En este caso, yo lo tengo claro: lo menos malo es Trump.

Y, como les decía al comienzo, creo que Trump de hecho va a ganar las elecciones. Donald logró vencer en 2016 enfrentándose absolutamente a toda la sociedad, a los medios de comunicación, a todo el poder económico. No tenía ningún apoyo institucional ni de las élites. En 2020, casi repite la hazaña con prácticamente el mismo escenario. Pues ahora, en 2024, cuenta con mucho más apoyo, tanto financiero como empresarial y mediático. Y se presenta contra una rival que no ha pasado por el proceso de primarias, que no cuenta con la simpatía de nadie (salvo por el simple hecho de que es la rival de Trump). Con estas cartas, no comprendo cómo podría perder, por mucho que las encuestas muestren un resultado reñido. Prefiero fijarme en otros indicadores, como las casas de apuestas, donde la victoria de Trump cotiza con un 60% de probabilidad.

El 5 de noviembre sabremos la respuesta.

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