A Errejón lo estaban esperando
Si es verdad lo que dicen, que se demuestre. Y si se demuestra, pues confirmaremos una vez más que parte de la izquierda llegó al poder esgrimiendo una ejemplaridad que nunca se aplicó
Resulta que le han montado un Me Too a Íñigo Errejón y ha dejado la política. Aunque no sabemos qué fue antes, si su renuncia o las acusaciones de presunta violencia machista, que conocimos ayer por medios próximos —cuando no propiedad directa— de Pablo Iglesias Turrión. Podemos intuir, por tanto, que, más allá de cuánto de cierto haya, y cuánto reproche merezca, Íñigo Errejón está probando el sabor amargo del piolet, una práctica con casi un siglo de historia en la izquierda radical.
Porque lo primero que hay que decir es que a Íñigo Errejón le asiste la misma presunción de inocencia que a José Luis Ábalos o Begoña Gómez. Que a su vez es la misma que amparó, no sin dificultad, a Francisco Camps, numerosas veces absuelto previa pena de Telediario. Lo segundo sería decir que con Íñigo Errejón ha pasado casi lo mismo que con Ábalos: cuando fue gente de derechas la que advirtió de ciertos comportamientos, se dijo que eran difamaciones; pero ha sido denunciarlo la izquierda y se ha convertido en verdad revelada, cuando no cosa juzgada. ¿Por qué estalla esto justo ahora? Ellos sabrán, pero parece que lo estaban esperando a la salida de un callejón.
Lo que yo conozco de las andanzas del diputado es poco, y seguramente no merezca reproche legal. Es más, dudo incluso que mereciera la dimisión, a la vista de donde está el listón ahora mismo. Pero si es verdad lo que dicen, que se demuestre. Y si se demuestra, pues, confirmaremos una vez más que parte de la izquierda que nos gobierna llegó al poder esgrimiendo una ejemplaridad en lo político, lo económico y lo moral que nunca se aplicó. Y que nos convirtió a los que nunca les creímos en sospechosos preventivos de todo aquello que decían combatir en 2014.
Por último, si es verdad que Errejón ha llegado al «límite de la contradicción» (menudo eufemismo), solo decirle que no está solo. Que ahí está Pablo Iglesias, sin remordimiento alguno después de mandar a su exnovia al gallinero del Congreso o guardarse durante meses la tarjeta del móvil de una asesora en la que había fotos íntimas e información sensible. Y digo más: para contradicción, la suya, que criticó a los que compraban casas grandes poco antes de mudarse a un chaletazo con inodoro en el jardín.