Sánchez también es un Errejón: todos lo saben pero se callan
Las similitudes entre el amparo y la impunidad que reciben de los suyos son abrumadoras
Se ha generado mucho revuelo por una fotografía tomada por un tal Koldo García, gran portero de night club y mejor custodio de avales, a Pedro Sánchez y Víctor de Aldama, tomada en 2019 y publicada ahora por El Mundo, como si revelara algo más allá del morbo de poder ver lo que todos ya sabían, como en el caso de Errejón, en el de Ábalos y, por cierto, en el de Juan Goytisolo: su nieta explicó ayer en El País, que lo publicó en la sección de Cultura en lugar de en la de Sucesos, que su abuelo le pidió que silenciara los abusos sexuales que sufría de la pareja del escritor, un tal Amir.
No está Goytisolo vivo para defenderse, pero el relato es verosímil como el de la actriz Elisa Mouliá. No ganan nada contándolo y tienen de su parte una prueba definitiva más allá del simple testimonio, que según las leyes taradas vigentes ya es suficiente para quienes las impulsaron y ahora se quejan del monstruo alimentado: Errejón dimitió, que es una confesión de culpa, y el escritor se fue a vivir lejos, en latitudes más tolerantes con los excesos y las depravaciones.
Volviendo a Aldama, sorprenderse por la estampa cómplice con el presidente del Gobierno es como entrar al Casino de Casablanca y llevarse las manos a la cabeza porque allí se juegue.
Su nombre aparece junto al de Ábalos en el encuentro clandestino en Barajas con Delcy Rodríguez, la sicaria de Maduro, buena en la represión y muy buena en el traslado de lingotes de oro y de maletas. También sale con Koldo, montando empresas como un loco para que Administraciones socialistas se gastaran millonadas en comprarles mascarillas mientras la gente se moría y no permitían enterrar a nadie junto a la familia.
Es el hombre que logró la habilitación para comprar hidrocarburos y forrarse con el IVA, un regalo gubernativo equivalente a explotar la licencia de varias administraciones de Lotería y estancos. Y estuvo en el rescate de Air Europa, junto a Hidalgo, al que juntó con Begoña Gómez en un trío nada casual.
Para cerrar el círculo, ese señor del que nadie había tenido constancia hasta hace poco, domicilió varias de sus sociedades en el mismo pueblo portugués en el que se empadronó David Sánchez para pagar menos impuestos, según la versión oficial, aunque cabe preguntarse si uno se mete en un lío así por unos cientos de euros o lo hace, digamos como mera hipótesis inspirada en otros casos, para facturar en el extranjero y dejar aquí menos huella.
No es difícil, pues, unir los puntos: hasta un dirigente de Sumar podría hacerlo y llegar a una conclusión mejor que la anunciada por Yolanda Díaz y Ernest Urtasun para compensar sus fallos con Errejón: recibir cursillos sobre «masculinidades tóxicas», como si se pudiera aprender a ser decente y buena persona o no serlo dependiera de ese fallo educativo que ahora van a compensar.
Las excusitas de Sánchez, cuya firma real o moral ha sido imprescindible para que prosperaran todos los presuntos chanchullos de la trama, son las mismas y valen lo mismo que las de los compañeros de Milhouse: que si no sabían nada, que si quién lo iba a decir, que si la próxima vez estaremos más atentos, que si hemos reaccionado enérgicamente, no como otros.
La realidad es que Hamás Madrid y Bufar, o como se llamen las cosas, supieron hace mucho de las andanzas del pistolero Billy el Niño: lo comunicó por vía interna la misma diputada troglodita que intentó silenciara una de sus víctimas, lo pudieron leer en noticias y mensajes en las redes sociales y seguramente se lo contaron todos esos periodistas de cabecera que ahora dicen saberlo todo desde hace tiempo.
Nada de esto da para una condena penal, salvo para el PSOE y Podemos si es para terceros, pero sí para una investigación interna, una denuncia pública y una expulsión: lo que han hecho ahora con la misma falta de pruebas que hace un año, cuando se callaron.
Con Sánchez está aún más claro: no es que lo supiera, que lo sabía, es que sin él ahí no hubiera pasado. Es la última palabra de todo y la condición indispensable para que cada uno de esos episodios de codicia e inmundicia culmine.
Por eso la pregunta no es ya si el amigo de Aldama, esposo de Begoña, colega de Koldo, devoto de Barrabés y hermano de David debe dimitir como presidente del Gobierno, sino si él o su familia también se han lucrado con esta vergüenza.
Una pregunta oportuna que aquí lanzamos al viento, por enésima vez, pero que es de esperar que algún día la formule un juez, cuando Sánchez acabe tal vez en el mismo lugar que Errejón: apartado e investigado formalmente. No como Goytisolo, fugado a Marrakech y autor de otro discurso para recibir el premio Cervantes tan hipócrita como el de los dos caraduras de su izquierda: «Digamos bien alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no nos resignamos a la injusticia». Pregúntele a su nieta, Juanito.