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El observadorFlorentino Portero

El régimen sirio

Lo único seguro es que la rama siria de Al Qaeda se ha hecho con el poder en Siria y que su impacto sobre el futuro del mundo árabe está garantizado

Actualizada 01:30

Oriente Medio es la parte más compleja e inestable del planeta. A nadie se le escapa que la derrota de Irán y su Eje de Resistencia a manos de Israel es un hecho de gran relevancia histórica, tanta como la emergencia de un nuevo régimen político en Damasco, ciudad milenaria y antigua sede califal. Estamos asistiendo a una reconfiguración de los equilibrios regionales, que afectará irremediablemente a las perspectivas de paz en esta atormentada tierra. Por ahora lo único seguro es que el nuevo gobierno estará en manos de suníes islamistas, lo que no es poco.

El islamismo es una forma primitiva y rigorista de vivir el islam. Sus seguidores se atienen al estricto cumplimiento de la voluntad del profeta Mahoma. En términos político, todo islamista se considera parte de una comunidad de creyentes, la umma, que vive según los principios fundamentales y normas establecidos en los primeros tiempos, la sharía o ley coránica, y que acepta como forma legítima de poder —político, jurídico y religioso— al califato. El islamismo es tan antiguo como el islam, pero está sometido a las circunstancias temporales. El islamismo contemporáneo está afectado por la brillante renovación llevada a cabo por la Hermandad Musulmana, un movimiento nacido en Egipto como resultado del contacto de esa sociedad con la británica, en los años en que Londres ejercía una intensa tutela sobre ese país. Los islamistas sintieron miedo por el creciente contagio de la decadente cultura occidental sobre la sociedad árabe y trabajaron para evitarlo, levantando muros entre ambas culturas. Fue la Hermandad quien vinculó la defensa del auténtico islam con la denuncia del colonialismo, por lo que la apertura del mundo árabe a Occidente —cultural, económica o políticamente— entraba en el terreno de lo herético.

La Hermandad Musulmana está en la base del islamismo contemporáneo, pero no es el único actor, aunque todos, en mayor o menor medida, derivan de ella. La Hermandad trató de acceder al poder mediante un intenso trabajo social, fortaleciendo la cultura islámica y estableciendo mecanismos de asistencia. Lograron ganar elecciones, pero fueron depuestos por la fuerza en cuanto trataron de establecer una gestión acorde con sus ideas.

La Yihad Islámica optó por la violencia terrorista para doblegar a los gobiernos más o menos occidentalizantes, pero fueron destrozados por los servicios de inteligencia y los distintos cuerpos de policía.

De la experiencia de ambas organizaciones surgió Al Qaeda. La nueva organización aportó dos ideas fundamentales para constituir una estrategia dirigida a imponer el islamismo. La primera fue prescindir del control territorial. La segunda, convertir la yihad en un espectáculo global, que humillara a Occidente, devolviera la autoestima a los musulmanes, los movilizara y arrinconara a sus «corruptos» gobiernos. Su impacto fue extraordinario, pero al provocar a Estados Unidos y a sus aliados acabó derrotada y fragmentada.

La desastrosa gestión norteamericana de las crisis de Afganistán e Irak facilitó que una escisión de Al Qaeda, el ISIS, se hiciese con el control territorial de una parte importante de Irak y Siria, llegando a proclamar un califato. El ISIS rectificó la estrategia de Al Qaeda y optó por hacerse fuerte en un espacio geográfico concreto por medio de la fuerza. Más aún, convencidos de su poder, sus dirigentes iniciaron campañas contra otros grupos islamistas para alcanzar el pleno control de la situación. Tenían dinero, los depósitos bancarios, y armas, las abandonadas por los Estados Unidos y sus aliados iraquíes, y se sentían invencibles. Al localizarse en un territorio fueron destruidos con relativa facilidad por la alianza forjada en torno a Estados Unidos. Dejaban tras de sí un lamentable recuerdo de violencia gratuita, fanatismo religioso y estupidez política.

El actual dirigente sirio es Ahmed Huseín al-Charaa, un yihadista profesional que fue el máximo responsable de Al Qaeda en Siria. Su biografía política recoge el lento y costoso aprendizaje a partir de los sucesivos fracasos de la lucha por imponer el credo islamista. Nunca renunció a su vínculo con Al Qaeda, pero entendió que tras su derrota y la del ISIS había que adaptarse a unas nuevas circunstancias. Cambió el nombre a su organización, adoptó un programa nacional, buscó el entendimiento con otros grupos combatientes para coordinar fuerzas, se hizo merecedor de la confianza de Turquía, estado miembro de la Alianza Atlántica, y adoptó un discurso moderado. De los errores cometidos por el ISIS había aprendido que necesitaba el apoyo popular y un cierto entendimiento con las restantes fuerzas políticas para asentar su poder. Del mismo modo comprendió que necesitaba generar confianza en su entorno internacional, pues poco podría hacer frente a una gran coalición.

Ahmed Huseín no es un moderado, sino un político pragmático forjado en la derrota. Finalmente, ha llegado a Damasco gracias a Israel y al generalizado rechazo al régimen instaurado por la familia Al Assad y sus socios alauitas y chiíes. Tiene claro qué errores no debe cometer, para así disponer del tiempo, la tranquilidad y los recursos con los que establecer un nuevo régimen y reconstruir el Estado. A partir de ese momento, una Siria renacida tratará de asumir el papel que la geografía y la historia le tienen reservado. En esta ocasión lo hará desde una identidad suní e islamista ¿En qué medida sus dirigentes seguirán entendiéndose con una Turquía que añora su pasado califal? ¿En qué medida sus objetivos serán compatibles con los de Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos? Lo único seguro es que la rama siria de Al Qaeda se ha hecho con el poder en Siria y que su impacto sobre el futuro del mundo árabe está garantizado.

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