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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Maneras de vivir

Contrastaba aquel señor paseando solo tranquilamente con su perro por la calle con ese otro que no puede pisar una acera y se parapeta tras un muro de escoltas

Actualizada 15:21

Alguna vez he escuchado a mi compañero —y, sin embargo, amigo— Ramón Pérez-Maura contar que en una ocasión, estando en un acto en Londres, acudió allí el primer ministro de entonces, David Cameron, y llegó caminando solo, con único escolta disimulado unos pasos tras él. Lógicamente, un alto dirigente tiene que contar con cierto dispositivo de seguridad. Pero existen muchas maneras de desplegarlo.

Esa discreción, que es también la de los mandatarios escandinavos, recuerda el espíritu de las democracias. El que gobierna es un servidor público, elegido por el público para un período de tiempo tasado. No se trata de un ser providencial, infalible e inmensamente superior al vulgo. No falla: cuando más autoritario es un dirigente, mayor es la corte de berlinas blindadas, coches policiales, motoristas y guardaespaldas con pinganillo y gafas ahumadas que lo protegen. Todo sátrapa que se precie se blinda tras una muralla de irrealidad. Su puesta en escena atiende a la máxima de «aquí estoy YO, que se note».

El día 31, íbamos caminando hacia el piso de mi madre a la caída de la tarde, con unas bolsas con un par de botellas, algo de jamón y un dulce, para cenar con ella y despedir el año. Se acababa en La Coruña un día bonito, más claro y un poco más frío de lo habitual en el córner atlántico. A la altura del puerto, nos cruzamos con un viejo conocido, que entraba en su casa con su pequeño perro, un terrier de color güisqui con ganas de fiesta, con el que venía de dar una vuelta antes de la cena. Nos saludamos, intercambiamos alguna broma sobre el Deportivo. Él nos contó que precisamente acababa de encontrarse con otro conocido, en su día futbolista de clase y fama en nuestro atribulado equipo, que algún día reverdecerá glorias pasadas (o igual no, que añadiríamos los gallegos con nuestra duda metódica). Nos deseamos feliz año de manera cordial y cada uno siguió su camino.

Aquel señor de 63 años iba solo a su aire por las calles coruñesas. No necesitaba un guardaespaldas ni un policía subrayando su estatus. Todo el mundo lo conoce en todas partes. A unos les gusta. Otros no lo aguantan. A algunos les da exactamente igual. Es ley de vida. Hay colores para todos los gustos y la crítica es libre (y necesaria). Así que el hombre, en la medida que puede, simplemente intenta hacer una vida de persona normal, aunque le resulte casi un imposible, porque en este momento es una de las caras más observadas y evaluadas. En su fuero interno sabe que el día en que no pueda entrar solo a un bar y pedir un café en la barra, como un parroquiano más, empezará a perder el sentido de la realidad, y de ahí a convertirte en un presuntuoso cretino solo media un paso.

Otro hombre, de 52 años, ha pasado los días de Navidad (que él llama «las fiestas») con su mujer y sus dos hijas en un pequeño pueblo pirenaico de esquí y paz, Cerler. Allí viven 400 almas, en un cogollo urbano de postal, con casas cuidadas de piedra recia. Todos se conocen. En realidad son cuatro calles, resulta casi imposible no verse. Pero el hombre invisible ha llevado allí una existencia de absoluto ocultamiento. Se acantonó en un hotel boutique. Sus guardaespaldas vigilaban que no hubiese nadie antes de que asomase a la luz. Se blindó la callejuela que lleva al restaurante donde salía a comer. Cuando subía a las pistas de esquí era como un fantasma; todo el mundo sabía que estaba allí, por las restricciones que provocaba y por la prensa, pero nadie lo veía.

Vive ajeno al mundo real, parapetado por sus escoltas, como los autócratas de otras latitudes. Es muy consciente de que si pisa una acera, o se atreve a abrir la puerta de un bar, le espera una crítica. O un abucheo. O directamente un insulto. Se ha trabajado a pulso la aversión de más de la mitad de la población y su respuesta consiste en tachar de fascista a todo aquel que osa criticarlo. Ha emprendido una huida hacia adelante a cualquier precio. Va de líder del Gobierno de «la gente», y la evita a conciencia, escondido tras los atributos de un poder ficticio, pues en realidad se trata de un peso pluma que gobierna de prestado.

Aunque las ideas son lo que mueve el mundo, el factor humano es muy importante. A lo largo de la historia, muchos países se han sumido en paréntesis de deterioro solo por la mala suerte de que una persona de psique revirada aterrizó con malas artes en el puesto de mando. Y en cierta cabeza late un problema.

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