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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

La insólita historia de un tiro en el pie

Pocas veces se ha visto un ejemplo de miopía económica como la de Europa con el coche eléctrico

Actualizada 12:28

Europa tiene la natalidad por los suelos y ha alquilado su futuro a remesas de inmigrantes, en algunos casos con problemas de integración serios. Al tiempo se aleja de los valores cristianos, la filosofía griega y el derecho romano sobre los que se hizo grande. Además, va muy rezagada en la economía que hoy manda, la digital. Políticamente, se desliza hacia populismos milagreros de derecha e izquierda ásperas, que ante las quejas justas de unas clases medias occidentales acogotadas ofrecen soluciones simplistas y nacionalistas, que no van a arreglar problemas muy complejos y supranacionales (el principal es que el futuro y el esfuerzo se han mudado a Asia). Por último, Europa sostiene su bienestar a golpe de deuda. Pagamos nuestra calidad de vida a crédito, engrosando un pufo que acabará en dolores muy severos.

Pero aunque no esté de moda, hemos de añadir que Europa conserva ciertas fortalezas. ¿Quién logró frenar el virus chino que ha matado a siete millones de personas? Las vacunas de Rusia y China resultaron gaseosa, un placebo. La cura fue europea, sobre todo con el descubrimiento de unos investigadores alemanes de origen turco (no todo es malo en la inmigración). Europa es todavía puntera en investigación farmacéutica, ahí está el bum del Ozempic, que ha disparado el crecimiento del PIB danés, o el éxito holandés en alta tecnología clínica. Europa, con su malla de protección social y el encanto de sus ciudades y pueblos, conserva además una de las mayores calidades de vida del mundo, tal vez incluso la mayor. Europa ofrece también seguridad jurídica y junto a Japón la más alta esperanza de vida del planeta (y por algo será).

Europa poseía todavía una fortaleza más. Se mantenía como una campeona en dos campos clásicos y muy importantes: la fabricación de aviones y la de coches. El admirado bastión de esa fortaleza fabril de calidad era Alemania, que vivía de maravilla merced al éxito de sus exportaciones. Pero los alemanes cometieron tres errores: 1.— Ignoraron que el mundo se había vuelto digital y se fueron quedando como una potencia analógica, y por lo tanto, obsoleta. 2.— Se dejaron engañar por el Caballo de Troya de China, llevando allí parte de sus fábricas para ahorrar costes, lo cual permitió a los chinos apropiarse de sus secretos industriales y competir luego a bajo coste, con empresas dopadas además por las ayudas estatales. 3.— Con el tradicional idealismo alemán, también en el siglo XXI abrazaron una gran causa. Esta vez fue la ecológica. Y ha resultado pegarse un tiro en el pie.

El coche de combustión es más complejo que el eléctrico. Los chinos todavía no lograban competir ahí con finura. Pero la UE abrazó a ciegas su credo verde. Sin evaluar el precio económico, pretendimos erigirnos en los salvadores del planeta, mientras China, Rusia, India y Estados Unidos seguían contaminando a saco y compitiendo así con menores trabas y costes. La punta de lanza de nuestro bienintencionado ecologismo-naif fue el coche eléctrico. Esa apuesta ha supuesto un enorme regalo para China y ha dejado tiritando a nuestra industria.

Los chinos tuvieron la agudeza de hacerse con los recursos mineros que precisaba el coche eléctrico y también crearon las pertinentes fábricas de baterías. La UE, mientras tanto, se lanzó a un ejercicio voluntarista, pretendiendo imponer al público por motivos político-emotivos la compra de unos coches más caros y de autonomía más limitada. Además, el parque de enchufes era insuficiente para las ambiciones del plan y no había siquiera fábricas de baterías europeas. ¿Resultado? Como siempre, el mercado manda. Mientras el sector se aclara, el público se ha retraído de comprar coches eléctricos y muchos de los que se deciden optan por los chinos, por una razón inapelable: son bastante más baratos. Ahora la UE quiere parchear su patinazo con aranceles, algo que a la larga siempre es poner puertas al viento. La industria europea del motor se encuentra entre deprimida y aterrada.

Por un prurito de ir de súper guays hemos dejado magullado a nuestro sector estrella, a rebufo de luminarias como Teresa Ecointegrista Ribera, Úrsula von der Sánchez y nuestro inefable Peter Falcon. Resulta difícil hacer el pánfilo con más soltura.

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