Nunca pensé que volveríamos a Franco
Si en mi juventud, en los años ochenta, me dicen que sería desempolvado para buscar rédito político a costa de enfrentar a los españoles no lo habría creído
Anoche cené con un grupo de amigos y lo pasamos estupendamente. Uno muy especial, con el que he compartido una vida desde nuestros remotos días escolares, recordó en un momento dado a su padre, fallecido hace ya tiempo. Yo tuve la suerte de conocer a aquel hombre excelente. Gastaba un bigote como de detective francés, se peinaba con raya trazada con regla y se abrigaba del Nordés y la lluvia coruñesas con una gabardina clásica, tipo espía. A mi me agradaba mucho, porque su tono era tranquilo y tolerante, el de una de esas personas que saben bajar la temperatura de los problemas. Todo lo punteaba además con el suave humor tipo inglés que emplean tantos gallegos para desengrasar la vida.
Mi amigo contó algunos detalles sobre su padre. En primer lugar, que había llegado a adulto de prestado, tras superar una herida gravísima en el campo de batalla. La Guerra Civil lo había sorprendido en zona nacional, en Galicia, con solo 18 años, y acabó combatiendo en frentes muy duros. En una ocasión, un balazo lo alcanzó lindando la aorta y no lo llevó al otro barrio de puro churro.
A muchos veteranos no les gusta hablar de la guerra. El padre de mi amigo también se mostraba reservado. Pero de vez en cuando le iba desvelando a su primogénito algunas pinceladas de aquellos años. Por ejemplo, que nunca pudo olvidar que una vez en combate hubo de dar cuenta de un soldado enemigo, un chaval como él, que se había lanzado contra su ametralladora. O la historia —como salida de «La Vaquilla» del Berlanga— del día en que se encontró a un viejo amigo de la infancia en un intercambio de vituallas entre nacionales y republicanos. Su colega del bando rojo le contó que vivía como un pachá, que había promocionado y que se estaba pegando la gran vida en el pueblo de al lado, y le animó en los términos más entusiastas a «pasarse». El otro lo desdeñó y jamás volvió a saber de él. Se quedó en la guerra, una vida truncada.
Pero lo más sugerente del relato de nuestro amigo llegó con este pasaje: «Mi padre me decía siempre: ‘Yo en la guerra solo tenía una obsesión, y era que no me disparasen en las piernas, porque quería seguir bailando con las chicas’». Nos explicó entonces que su padre no era en absoluto una persona politizada, o de ideología marcada, aunque otros de su familia sí lo eran. Simplemente se había visto arrastrado por las circunstancias a una guerra atroz, en la que quería sobrevivir.
Cuando acabó su historia, otro comensal recordó que cada uno de sus abuelos había combatido en un lado. Me vino entonces a la cabeza mi abuelo José, al que reclutaron en Vigo en el bando nacional, siendo ya padre de familia y un hombre bastante maduro. Cuando le preguntábamos por sus experiencias en la Guerra Civil, siempre respondía igual: «Yo ya era viejo y me la pasé pelando patatas». Jamás salía de ahí. Ni un detalle más.
La conversación continuó. Alguien apuntó que en los horrores de aquella guerra entre compatriotas no solo pesó la enconada disputa ideológica, sino también que en muchos lugares se aprovecharon las circunstancias excepcionales para ventilar con violencia antiguas rencillas vecinales.
En la mesa de la cena había hombres y mujeres de edades que iban desde la primera cincuentena hasta la setentena avanzada. Pero al final todo el mundo estaba de acuerdo en dos cosas. La primera es que no se puede contar aquella época con el cepo de unas leyes maniqueas de «Memoria», que imponen un relato obligatorio y sesgado, donde solo existen ángeles que todo lo hacen bien y diablos sanguinarios. La segunda idea en la que todos concordamos es que aquel pasado se había superado ya a finales del siglo XX, por lo que ha supuesto una mezquindad reabrirlo. Se ha buscado un rédito político a costa de fomentar la división entre españoles, recurriendo a las viejas cuitas de nuestros abuelos y bisabuelos de hace noventa años.
En mi juventud, allá en los optimistas años ochenta, jamás pensé que volveríamos a Franco, y que incluso veríamos a un presidente del Gobierno utilizándolo como señuelo para tantear una posible campaña de erosión de la figura del jefe del Estado. Pero ahí estamos, porque al final el PSOE es siempre el PSOE, está en su naturaleza, y porque nos malgobierna una persona de ínfima calidad moral, alérgica a las palabras verdad, paz y entendimiento.