Una vida fecunda al servicio de España y Europa
José María Gil-Robles perteneció a una corriente de pensamiento político que dio extraordinarios frutos en Europa: su contribución a su reconstrucción moral y material, y convertirla en el «baluarte de las libertades»
Escribo estas líneas con el pesar de la pérdida de un gran amigo. Venimos de enterrarlo en tierras salmantinas, cumpliendo su deseo. He sido testigo de su vida fecunda al servicio del bien común de España y Europa con el bagaje de unos ideales que hemos compartido. José María Gil-Robles fue democristiano y europeísta, que resulta ser lo mismo. Se alimentó de los ideales de aquellos «padres fundadores» de la Europa Unida (De Gasperi, Adenauer, Schuman) que cumplieron una doble misión histórica: la reconstrucción de las democracias en sus países devastados por la segunda guerra mundial y poner los cimientos de una Europa unida y reconciliada con los pilares de la dignidad humana y del valor supremo de la libertad.
Mi recorrido con José María Gil-Robles comenzó en los ya lejanos años sesenta del pasado siglo. Los entonces jóvenes, que compartíamos ideales e iniciábamos nuestro compromiso político, teníamos tres lugares preferentes para reunirnos (conspirar, lo llamábamos). El primero era el bufete de D. José María Gil-Robles (padre), sito en la calle Velázquez 3. Nos reuníamos en una sala interior, con ventana a patio, cuyas paredes estaban forradas de estanterías repletas de aranzadis, monografías jurídicas y compilaciones legales. Los que acudíamos a esa sala podríamos haber sido clientes del bufete. Pero no lo éramos. No teníamos pleitos por herencias. Estábamos concluyendo nuestras carreras y debatíamos sobre la España que deseábamos y que queríamos construir. Aquella España no nos gustaba y dirigíamos nuestra mirada a la Europa de las libertades.
José María Gil-Robles (hijo) era ya letrado de las Cortes Generales. Había accedido al prestigioso Cuerpo de Letrados en 1959. José María nos contaba con humor que, tras concluir las oposiciones, les recibió el entonces presidente de las Cortes, Esteban Bilbao, quien les felicitó, les dio la bienvenida y les dijo: «Han estudiado mucho y aprendido el Derecho parlamentario y el Derecho constitucional, pero esto es otra cosa». Sí, aquellas Cortes estaban muy lejos de un Parlamento de verdad, lo que permitió a José María dedicarse al ejercicio de la abogacía y también al estudio del Derecho parlamentario y de los sistemas electorales, cuyos conocimientos pudo poner al servicio de la naciente democracia a partir de la Transición. En 1974 formó parte de un reducido grupo de expertos que elaboró un excelente modelo de control de los procesos electorales de preminencia judicial para garantizar la pureza del sufragio, que sirvió de base del adoptado en la ley electoral de 1977, que ha funcionado muy satisfactoriamente en este casi medio siglo de democracia y ha sido unánimemente alabado por la doctrina.
En el pensamiento democristiano la defensa de la democracia parlamentaria es un elemento nuclear. José María Gil-Robles ha escrito que «la historia de la democracia en Europa es la historia de la lucha de los Parlamentos para controlar el poder ejecutivo. El vigor de ese control es el termómetro de la democracia de un país». Y en su discurso de despedida de su mandato como presidente del Parlamento Europeo (1999) afirmó: «No hay democracia viva donde no hay un Parlamento vivo, ni Parlamento vivo que no suscite el recelo y la incomodidad del Ejecutivo de turno». Siempre abogó por la centralidad del Parlamento frente a las tendencias que preconizan como «inevitable» la supremacía del poder ejecutivo.
El segundo lugar de nuestros encuentros de aquellos años de la «Pretransición» era un chalet, algo destartalado, sito en la calle Jarama, donde tenía su sede Cuadernos para el Diálogo, la revista de la que fue fundador y alma Joaquín Ruiz Giménez. José María Gil-Robles fue, durante algún tiempo, miembro de su consejo de redacción y colaborador de sus páginas. En los años que fui secretario de redacción me tocó revisar las galeradas de textos de José María. Cuadernos era más que una revista. En torno a ella se congregaron decenas de personas, cuyo abanico político era el propio de las democracias europeas, a los que nos unía un mismo afán: trabajar por una democracia liberal basada en la reconciliación de los españoles, en la superación de las «dos Españas».
El tercer lugar de encuentro era la Gran Vía 43, donde tenía su sede la Asociación Española de Cooperación Europea (AECE), promovida por un grupo de jóvenes de la Asociación Católica de Propagandistas, y que, ya con la democracia, pasó a ser la sede del Movimiento Europeo de España. José María Gil-Robles (padre) la presidió en los años sesenta y José María Gil-Robles (hijo) lo hizo en los años noventa, en los que fue presidente del Movimiento Europeo. Allí se fraguó el «contubernio de Múnich» en lo que a la España interior se refiere. En las Actas de la AECE está el proyecto de declaración que casi en sus términos se adoptó en Múnich gracias a la generosidad de Salvador de Madariaga. En ese documento está ya el programa de la Transición: reconciliación, democracia y Europa. E incluso el método del cambio político («de la ley a la ley») estaba esbozado en el último párrafo de la resolución del Movimiento Europeo de Múnich. Nuestra convicción era que España estaba llamada a formar parte de ese sugestivo «club de democracias». Ese era nuestro destino histórico, al que deberíamos contribuir con nuestra acción.
Llegada la Transición, complejos factores históricos no hicieron posible que una opción democristiana fuera actor protagonista de nuestro proceso constituyente. José María Gil-Robles se retiró a los cuarteles de invierno. Pero las ideas que defendió no quedaron en saco roto y nutrieron los programas del centroderecha español. La ubicación natural del centroderecha español en la Europa política era el Partido Popular Europeo. Se produjo en 1989, tras las segundas elecciones al Parlamento Europeo en las que participaba España. José María Gil-Robles formaba parte de la lista del PP, que encabezaba Marcelino Oreja. Y en el Parlamento Europeo, ya en el grupo PP, José María se encontró como pez en el agua. En seguida fue elegido vicepresidente de su grupo parlamentario. Llevaba su mochila repleta de ideas al servicio del proyecto europeo. Se convirtieron en numerosas iniciativas y contribuciones de calado en las tres legislaturas (1989-2004), en que desarrolló su vida política en la Eurocámara. Con un gran prestigio ganado merecidamente, esta trayectoria culminó con su elección como presidente del Parlamento en 1997.
De todo el bagaje doctrinal del pensamiento democristiano José María Gil-Robles defendió con especial vigor cuatro puntos: la economía social de mercado, que queda constitucionalizado en el Tratado de Lisboa; el principio de subsidiariedad, que se opone a la excesiva concentración del poder en una única instancia; la superación del concepto de soberanía (al que llamó «concepto obsoleto y monolítico»); y la concepción de la Unión Europea como una «comunidad de derecho», con los derechos humanos como piedra angular. José María Gil-Robles, que era un excelente jurista, ha defendido permanentemente la importancia de este rasgo de la Unión, que constituye su mayor fortaleza.
José María Gil-Robles fue siempre coherente con las ideas que profesó y que defendió con inteligencia y con pasión. Perteneció a una corriente de pensamiento político que dio extraordinarios frutos en Europa: su contribución a su reconstrucción moral y material, y convertirla en el «baluarte de las libertades». Sufrió los sinsabores de una infancia en el exilio y las vicisitudes de su constante lucha por la libertad. Los amigos que le acompañamos en su trayectoria sentimos la tristeza del vacío que nos queda. Descanse en paz en sus tierras salmantinas.
- Eugenio Nasarre fue diputado a Cortes Generales