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TribunaManuel Martín Lobo

La agricultura, tradición que se renueva

Los excesos con la naturaleza y las «hambrunas» nos están llevando a reconsiderar el papel de la agricultura y los agricultores

Actualizada 01:00

En los tiempos prehistóricos el hombre fue sobre todo nómada, cazador, pescador y luego pastor. Más adelante se hizo sedentario y agricultor. De aquí que el ser agricultor sea una de las profesiones más antiguas del hombre. Y que a la agricultura se hayan dedicado numerosos libros y tratados. Baste recordar al romano Columela, al hispano-árabe Abu Zacharia, al español Gabriel Alonso de Herrera, al extremeño zafrense Pedro de Valencia, a D. Gaspar Melchor de Jovellanos, con su Informe sobre la Ley Agraria ya en 1795, a Joaquín Costa, etc. Por ello no es de extrañar tampoco que la Iglesia Católica se haya ocupado de la agricultura y los agricultores nada menos que en una Encíclica: la Mater et Magistra, del Papa Juan XXIII, de 1961, considerada como la «Carta Magna de la Agricultura», al decir del ilustre agrónomo y economista Fernando Martín-Sánchez Juliá, que calificáramos al fallecer en 1970, en un artículo nuestro en el diario YA, como un «apóstol del campo español».

El mencionado Gabriel Alonso de Herrera, talaverano de pro, en su libro de 1513, promovido y costeado por el Cardenal Cisneros De Agricultura general hace una descripción preciosa al escribir: «De creer es que los Romanos supieron labrar el campo tan bien, y aun mejor que nuestros Españoles, porque más se apreciavan dello. Pues los vitoriosos Reyes, y Capitanes triunfadores, por sus mesmas manos labravan la tierra, y se tenían en ello por tan honrados, como ser los primeros en las batallas, y vencer a sus enemigos, y tanta diligencia ponían en labrar con sus mesmas manos los campos, como en ordenar las batallas, y guarnecer los Reales. Y assí parescía que la tierra se holgava con triunfante labrador, y reja digna de laurel, y assí dava mucho más fruto.»

Y en otro párrafo: «Labrar el campo es vida santa, vida segura, de sí mesma llena de inocencia, y muy ajena al pecado, y no sé quién pueda decir, ni contar las excelencias, y provechos que el campo acarrea».

No le iban a la zaga Abu Zacharia, para el cual no sólo daba utilidades a la vida presente, sino también «para procurarnos las felicidades de la otra con el auxilio del Altísimo»; o Pedro de Valencia al decir que la hacienda del Rey son los hombres, no el territorio ni el dinero, siendo la labor de la tierra «la que acrecienta la gente». Y así «tendrá que comer el vecino, y no se irán de las tierras huyendo del trabajo y del hambre, todos a estudios o a Indias, sino que estarán cada uno en su casa y en su heredad, atreviéndose a casarse y mantener casa, multiplicándose y llevando la tierra».

Desgraciadamente, todas estas cosas nos suenan un poco a «música celestial» frente al tremendo éxodo rural en la España de los años 50 y 60, así como a la pérdida de peso de la agricultura en el seno de la economía. Ya Jovellanos hablaba de la muda y desvalida agricultura, y Juan XXIII de la agricultura «sector deprimido».

Sin embargo, los excesos con la naturaleza y las «hambrunas» nos están llevando a reconsiderar el papel de la agricultura y los agricultores. Decía el Premio Nobel 1970 Norman E.Borlaug, fallecido recientemente y padre de la llamada 'revolución verde' que «no habrá paz en el mundo mientras haya estómagos vacíos». A lo que hay que añadir el papel del agricultor como guardián de esa naturaleza.

Aunque quizás el pronóstico más optimista es el formulado por Jim Rogers, colaborador del financiero George Soros, que «en los próximos años quien quiera hacerse rico tendrá que abandonar los mercados financieros y hacerse granjero». Lo creeremos cuando Soros y Rogers dejen la bolsa y cojan el tractor…

  • Manuel Martín Lobo es doctor ingeniero de montes y periodista
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