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La disputa del Sacramenteo. Estancia del Sello de Rafael Sanzio

La disputa del Sacramento- Rafael Sanzio

¿Qué es la comunión de los santos?

Se trata de un importante dogma de fe que expresa la unión de la Iglesia con su Cabeza, que es Jesucristo

Cuando el hombre elige el mal no solo se traiciona a sí mismo, sino también a quienes le rodean. Este aspecto alude a la comunión de los santos, a la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo. «El menor de nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos los hombres, vivos o muertos, que se funda en la comunión de los santos. Todo pecado daña a esta comunión» (Catecismo de la Iglesia Católica).

San Pablo comparaba esta unión con los miembros de un solo cuerpo: «Si un miembro sufre, todos los miembros padecen con el; y si un miembro es glorificado, todos los otros se congratulan por el. Ahora, vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno, de su parte, es uno de sus miembros».

Comunión quiere decir «común unión.» Por lo tanto, la comunión de los santos es la unión de la Iglesia entera con Jesucristo. La comunión de los santos no solo incluye a los cristianos de esta tierra, sino también a las almas que se preparan en el Purgatorio para el encuentro con Cristo y a las que han logrado alcanzar la meta de la santidad y gozan ahora de la visión de Dios en el Cielo. En la Iglesia no caben las fronteras ni los límites, por eso la comunión entre sus miembros abarca todos los confines de la tierra.

Dos sentidos

El Catecismo explica los dos significados de la comunión de los santos: la comunión en las cosas santas (la fe, los sacramentos y los dones del Espíritu Santo) y la comunión entre las almas santas.

Los Hechos de los Apóstoles narran cómo las primeras comunidades cristianas «acudían [...] asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (Hch 2, 42). «El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común.» (Hch 4, 32-33)

Desde los primeros siglos del cristianismo, los bienes, como los de una familia, favorecen a todos sus miembros. De entre todas las «cosas santas», los sacramentos son los que más ayudan a afianzar la unidad entre los miembros de la Iglesia. Una sola misa, aunque celebrada en el lugar más recóndito del planeta, contribuye enormemente a santificar esta comunión. Cuando rezamos por la paz o por los difuntos nos hacemos «cooperadores» en la comunión fraterna.

El auxilio de la Iglesia triunfante

Pocos somos realmente conscientes de la importancia de la comunión de los santos y de su eficacia como arma contra los males del mundo. En su lecho de muerte, Santo Domingo le dijo a sus frailes: «No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida.» También Santa Teresa del Niño Jesús decía: «pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra.»

Ellos eran perfectamente conscientes del poder de la intercesión. Las almas salvadas son las que más unidas están a Cristo, ellos son quienes interceden por nosotros ante el mismo Dios y, por eso, «consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad».

Nuestra oración puede servir para que sea más eficaz la intercesión de las almas del purgatorio por nosotros. Uno de los momentos en que más rezamos por los difuntos es en la Plegaría Eucarística. En este momento, pedimos al Señor que les admita a contemplar la luz de su rostro, con la esperanza de que nosotros también nos encontremos algún día con ellos en el Cielo. Por eso, como decía el papa Francisco: «esta unión fundada en Cristo es tan fuerte que no puede romperse ni siquiera por la muerte».

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