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ENORMES MINUCIASCarmen Fernández de la Cigoña

De excesos y de equilibrio

Una sociedad en la que hay una clara escasez de referentes, en la que los líderes o no lo son o no se sabe por qué lo son y en la que el individualismo y la satisfacción del deseo personal parecen ser la norma, ofrece unos modelos muy claros y al mismo tiempo muy perjudiciales

Actualizada 02:20

En estos días me encuentro, quizá no en mayor número, pero sí me llaman más la atención, diversas noticias sobre los comportamientos de nuestra juventud. Sobre los eventos a los que acuden, cómo emplean su tiempo de ocio y los factores sobrevenidos que acompañan todo eso.

Lo cierto es que este, las vacaciones, es un tiempo de ocio o al menos de descanso y de cambio de actividad para todos. Y disfrutándolo todos, muchas veces nos paramos a mirar cómo lo hacen los demás. Y la juventud no deja de ejercer su atractivo y de atraer las miradas sobre sí.

Por eso me sorprende cómo las generalizaciones a veces están muy lejos de reflejar la variedad e incluso la realidad, precisamente por ser generalizaciones.

Encontramos una serie de características comunes, muy propias, que hacen que podamos hablar de distintos grupos, entre los jóvenes. Pero lo cierto es también que encontramos muchas diferencias, que hacen que valoremos unas actitudes y queramos evitar otras.

Han pasado estos días miles de jóvenes por Santiago, que acudían a la PEJ (Peregrinación Europea de Jóvenes) y hablaba ayer con un amigo que ha estado en la peregrinación de Covadonga, en Santiago, y que, en estos días por diversas circunstancias, ha tenido trato con muchos jóvenes de procedencia diversa. También de más allá de nuestras fronteras.

Y no queda otra que percibir el gran contraste. Porque es cierto que las noticias nos acostumbran a los excesos. Los excesos con el alcohol, la sociedad entera hipersexualizada, el disparatado caso de los pinchazos en las discotecas abarrotadas, la aparición de las nuevas adicciones, sin sustancia, pero que producen efectos nocivos y que deterioran las relaciones personales y sociales… Y todo ello a edades muy tempranas.

Lo cierto es que la sociedad que los adultos vamos configurando (de nuevo una generalización) invita en buena medida, casi diría empuja, a esos excesos. Una sociedad en la que hay una clara escasez de referentes, en la que los líderes o no lo son o no se sabe por qué lo son y en la que el individualismo y la satisfacción del deseo personal parecen ser la norma, ofrece unos modelos muy claros, y al mismo tiempo muy perjudiciales, a las generaciones que vienen. No sé por qué, o en virtud de qué, debemos esperar que sean mejores si no les damos modelos.

Y sin embargo, también eso es una generalización que no capta bien la realidad.

Porque en estos días, como siempre, pero ahora en mayor número, me he encontrado con esos jóvenes. Que han pasado unos días de sus vacaciones peregrinando. Que han andado, con un calor sofocante, para llegar a Santiago o a Covadonga o al lugar propuesto. Que también han tenido tiempo para seguir formándose. Que buscan y encuentran, a pesar de todo, a sus maestros y a sus referentes que les acompañan. Y porque les acompañan, ellos les escuchan. Probablemente, porque son un reflejo del Maestro y porque el final del camino va mucho más allá de ellos mismos.

Esos mismos jóvenes, lejos de ser ñoños o aburridos, saben divertirse y disfrutar como el que más. Y ríen y bailan, incluso cantan. Y beben y salen y discuten y rezan. Saben disfrutar de su juventud y de la vida, pero sin agotarla, sin extinguirla. Porque saben que no acaba ahí. Y que los excesos al final llevan a la nada. Que más allá de ellos mismos, les espera un futuro que es el que será el de su sociedad, esperemos que más humana y más solidaria.

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