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De Arquímedes a Artepio

El papel del artista, afirma James Baldwin, es exactamente el mismo que el del amante. «Si te amo -nos dice-, tengo que hacerte consciente de las cosas que no ves»

Actualizada 10:17

Arquímedes

Juan de Zabaleta, Errores celebrados: «Arquímedes, insigne geómetra, estudiaba con tanta ansia los movimientos del cielo para figurarlos en un globo de metal hueco, que siempre estaba tirando líneas y formando círculos. Tan grande era la aplicación que a esto tenía que se olvidaba de sí mismo. Entraron un día sus criados en su estudio y dijéronle que se fuese a bañar y ungir, limpieza y regalo que usaban mucho en aquella región. Él les mandó que le dejasen. Volvieron de allí a un poco y dijéronle lo mismo, y él ni alzó los ojos de los papeles ni hizo caso de ellos. Debían estos hombres de quererle bien y condoliéronse de su incansable fatiga. Arrebatáronle en la misma silla en que estaba sentado y, a pesar suyo, le llevaron, con la misma violencia que si le hurtaran, al baño que le tenían prevenido. Desnudáronle por fuerza y laváronle. En estado lavado, le ungieron con licores aromáticos. Parecióle a Arquímedes que perdía el tiempo que gastaba en enjugarse (tanta era su agonía por conocer las esferas), y sobre las aromas que por el cuerpo le habían derramado estaba haciendo con el dedo figuras geométricas».

Ars nesciendi

Menéndez Pelayo asegura que aprendió «la prudente cautela del ars nesciendi» (o arte de no saber) en los libros de su admirado Juan Luis Vives. Alguna vez declaró que «Queriéndolo o sin quererlo, todos somos más o menos escépticos», pero añadía inmediatamente: «por supuesto en el buen sentido de la palabra».

Vives -nos cuenta don Marcelino- «se complacía en la meditación silenciosa (tacita cognitio); aplicaba con calma los procedimientos de observación y análisis; cultivaba el dificilísimo ars nesciendi, que es por sí sólo un programa científico. Pasados los hervores de su juventud, la edad que podemos llamar de la irrupción y del asalto, no perdía el tiempo en disputar con sus contradictores, y aguardaba sereno, aunque fuese para muy lejano porvenir, el triunfo de la razón y de la justicia».

Arte

El papel del artista, afirma James Baldwin, es exactamente el mismo que el del amante. «Si te amo -nos dice-, tengo que hacerte consciente de las cosas que no ves».

Arte de la mentira

En 1712 se anunció en Inglaterra la inminente aparición de una obra en dos volúmenes titulada «Arte de la mentira política» o «Pseudología politiké». Se sospechaba de la autoría de Jonathan Swift, pero en realidad fue idea de uno de sus amigos, el escocés John Arbuthnot (1667-1735). Aunque el proyecto no llegó a cuajar, nos queda de él una especie de anticipo en el que se promete analizar «el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables con visas a un buen fin», incluyendo la defensa de tesis tan jugosas como esta: «la abundancia de mentira política es una distinción clara de la verdadera libertad inglesa y ya que los ministros usan a veces este medio para afirmar su autoridad, es razonable que el pueblo use las mismas armas para derribarlos y defenderse.»

Jonathan Swift escribió una pequeña y hermosa reseña de este libro hipotético que apareció en The Examiner de la que extraigo este párrafo: «Se nos dice ahí que el Diablo es el padre de las mentiras, y que fue un mentiroso desde el principio; de suerte que, sin lugar a dudas, la mentira es antigua y, es más, surgió por primera vez como mentira política.»

Arte y comunismo

El «aperturista» Nikita Khrushchev fue a visitar una exposición de arte contemporáneo soviético en Moscú y lo que vio lo impulsó a lanzar una olímpica reprimenda que Olga Glondys (La Guerra Fría cultural y el exilio republicano español) recoge así: «¿Sois pederastas o personas normales? Voy a ser completamente franco con vosotros: no gastaremos un real más en vuestro arte. Vuestras perspectivas en este país son nulas. Los cuadros que se exponen aquí son sencillamente antisoviéticos. Son amorales. El arte debe ennoblecer al hombre e inclinarlo a la acción. ¿Y qué es lo que habéis puesto aquí? ¿Quién pintó este cuadro? Quiero hablar con él. ¿Para qué sirve una pintura como esta? ¿Para cubrir un orinal? [dirigiéndose al autor] Tenemos derecho a enviarlo a cortar árboles hasta que haya devuelto con su trabajo el dinero que el Estado ha gastado en usted. A juzgar por estos experimentos tengo motivos para decir que son ustedes pederastas, y por esto pueden ustedes ganarse diez años. Señores, les declaramos la guerra».

Artepio

Hay quien dice que Artepio nació en la primera parte del siglo XII, pero según el testimonio de sus discípulos, su nacimiento tuvo lugar poco antes del de Cristo. Algunos juraban que era en realidad Apolonio de Tiana.

Lo indudable es que murió hacia mediados del siglo XII y que es el autor de varios tratados sobre la piedra filosofal y el arte de prolongar la vida humana. En el prólogo de Del Arte de la propagación de la vida confiesa que escribió este libro a los 1025 años de edad. O sea, que, de creerlo, cuando decía que se podía prolongar la vida por medio de procedimientos alquímicos secretos, sabía de qué estaba hablando.

Restoro d’Arezzo asegura en su «Composizione del Mondo» (1282) que Artepio no era Apolonio, sino la reencarnación del mismísimo Orfeo. Por el contrario, mi admirado y excéntrico Girolamo Cardano, con quien comparto la posesión de un daimon en el oído (en estos tiempos escépticos se lo llama tinnitus o acúfenos) tenía por indudable que los libros de Artepio estaban escritos por un burlón sin escrúpulos que quería divertirse a costa de la ingenuidad de sus lectores.

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