Autonomía
En el límite de la autonomía, allá donde el «auto-» cree poder derrotar al «nomos-» viven el «puer robustus» (el hombre con inclinaciones pueriles, incapaz de completar el tránsito de hijo –frecuentemente malcriado– a ciudadano)
Baroja y Bueno
Julio Caro Baroja: «El hombre cree pensar por su cuenta y tener razones para ilusionarse y estas razones, a veces, no son demasiado razonables y su juicio no es más que una nueva repetición o eco del juicio de otros».
Gustavo Bueno: «Es completamente gratuito y metafísico sustancializar a la persona, fingiendo que su «autonomía» le hace libre y responsable, cuando esta libertad y esa responsabilidad procede en realidad del grupo que moldea al adolescente y le confiere, por institución, la autonomía dentro de límites muy determinados y cambiantes».
Si fuera posible…
Si la autonomía fuera posible… Aquí se paraba Spinoza, tentado por la sospecha. Si fuera posible -concluyó- convendría atajarla al instante pues «en la medida en que quienes nada temen ni esperan son autónomos, son también enemigos del Estado y con derecho se los puede detener».
Cuestión de acento
¿En «autónomos» dónde conviene poner el acento en «auto-» o en «-nomos»?
Kant realzaba el «-nomos» (la ley). A nosotros nos gusta resaltar el «auto-», es decir, el yo que sueña econ quitarse de encima el apremio de la ley.
Pero ni el sujeto ni la sociedad humana se autoconstruyen a sí mismos dándose el ser desde la nada. Todos nacemos con deudas y crecer es endeudarse, acumular deuda sobre deuda. Vivir humanamente es vivir embargado por la generosidad de los que nos acogen. Algunos parecen entender por autonomía algo así como el olvido o el saldo de esas deudas. A mí, en la vida, el más pobre me parece que es el que no tiene cuentas pendientes.
Las deudas, además, no desaparecen por olvidarlas. Somos brotes de un árbol. No nos hemos hecho brotar a nosotros mismos. Las mismas revoluciones -dejemos de lado la única verdaderamente seria, la del diluvio universal- han podido crear estados nuevos, pero no han sido capaces de crear un pueblo. Y este, a la larga, ha sido su fracaso.
Castoriadis
El optimista Cornelius Castoriadis está en deuda con una larga tradición filosófica cuando afirma, como punto de partida de su reflexión, que la sociedad nos ha hecho de tal manera que no podemos vivir en soledad. Hemos de vivir en comunidad. Más precisamente: en una comunidad que produce sin ser muy consciente de ello sus principales instituciones de copertenencia, comenzando por el lenguaje. ¿Quién creó nuestra lengua? Todos y nadie. Y la seguimos recreando sin saber muy bien quién introduce las novedades que adoptamos colectivamente para expresar quiénes somos y qué sentimos.
A veces los hombres consideran que los creadores de esas instituciones son entidades extrasociales, como dioses o héroes fundadores. De esta manera, asegura Castoriadis, las instituciones pretenden asegurarse su propia supervivencia. Se sacralizan para ser intocables.
El hombre que vive en instituciones intocables sería el hombre heterónomo.
Pero en Atenas se puso en marcha una manera de pensar que culminó con las revoluciones norteamericana y francesa, impulsadas por hombres con ambición de autonomía. Esto no significa que creyeran que cada individuo puede darse a sí mismo su propia ley, sino que puede afirmar su autonomía participando, en un plano de igualdad efectiva con sus conciudadanos, en la elaboración de las leyes. Una sociedad sería autónoma, entonces, si crea sus instituciones de forma explícita y consciente.
De esta manera dio forma Castoriadis a uno de los mitos de la democracia moderna. Pero para comprender la realidad conviene bajar la cota de la idealidad hasta dar con ese provincianismo que siempre hallamos presente en todo sentido fuerte de comunidad.
De segunda mano
Vivimos en mundos de segunda mano, que por eso mismo son habitables.
No estamos atrapados en una maraña de prejuicios heredados, sino acogidos por abrazos de creencias. Como dice el filósofo israelí Avishai Margalit, para creer en lo que dice alguien debo creer antes en la veracidad de ese alguien. Wittgenstein lo expresó así: «En el fundamento de la creencia bien fundada está la creencia que no está fundada».
En el límite
En el límite de la autonomía, allá donde el «auto-» cree poder derrotar al «nomos-» viven el «puer robustus» (el hombre con inclinaciones pueriles, incapaz de completar el tránsito de hijo -frecuentemente malcriado- a ciudadano) y el hombre sin herencia de acogida (el mendigo, el vagabundo, el exiliado, el emigrante, el criminal…). Y un poco más allá del límite está la veleta que se cree soberana porque apunta a donde el viento quiere, y «anda como rueda que non quier aturar» (son palabras del hermoso Libro de Alexandre).
El neomarxismo
Wilhelm Reich, Erich Fromm y la Escuela de Frankfurt sostenían que la sociedad burguesa educa a sus miembros imponiéndoles la manera de ser que necesita para reproducirse a sí misma. Por ejemplo convencería al individuo para interpretar su sufrimiento como culpa y no como injusticia. Esta sería la función de todo el aparato cultural y, principalmente, de la familia y la escuela.
Sí, puro podemismo.
Para liberarse de este servilismo el individuo alienado necesita la ayuda de los filósofos críticos, que son los únicos autónomos, porque han visto la luz de la verdad y se han empapado de ella. Como, además, son filántropos a nuestro pesar, han de regresar a la caverna para curarnos a ti, querido lector, y a mí de nuestro conformismo.
Freud
Si la interpreto bien, la perspectiva freudiana sostiene que la autonomía consiste en la identificación moral intensa con los padres. Identificación no es imitación. Es la relación que surge cuando se ha resuelto el conflicto de Edipo y el hijo ya no desea sustituir al padre, sino ser su heredero. Hoy, el declive de la autoridad paterna no parece estimular mucho la vocación sucesoria del hijo. Lo que quiere el hijo es disfrutar de la vida sin interferencias paternas.
En mi opinión
Es autónomo el que no sabe que es heterónomo.