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Abecedario filosóficoGregorio Luri

Autómata

El siglo XVIII es el siglo de oro de los autómatas y el más genial diseñador de «anatomías móviles» fue Jacques Vaucanson, muy elogiado por La Mettrie

Actualizada 04:30

El mito

La historia de los autómatas (las primeras inteligencias artificiales) comenzaría, como la de los humanos, con el mito (Prometeo, Dédalo, Hefesto…) y seguiría con los automatismos hidráulicos de Egipto y los tres grandes ingenieros del helenismo (Ktesibio, Filón de Bizancio y Herón de Alejandría). Su primer gran capítulo sería el dedicado a Alberto Magno, «magnus in magia, maior in philosophia, máximus in teología», creador de una máquina capaz de andar y de responder a todo tipo de preguntas. Algunos malévolos insinúan que su discípulo Tomás de Aquino la destruyó al tenerla por obra del diablo.

Contemporáneo de Alberto Magno fue el filósofo franciscano Roger Bacon, que construyó una cabeza parlante con el propósito de que le ayudase a resolver los grandes misterios de la ciencia. Pero cuando consiguió hablar, sólo dijo una frase: «El tiempo pasa». Y se autodestruyó.

Juanelo Turriano y Gómez Pereira

Juanelo Turriano fue relojero, matemático, ingeniero, astrónomo e inventor. Carlos V lo conoció en 1547 en Ulm y tanto le satisfizo su creatividad que se lo llevó a Yuste para que afinara sus relojes astronómicos y lo entretuviera con sus muñecas bailarinas, sus figurillas que tocaban el laúd, o sus pájaros mecánicos que revoloteaban por sus habitaciones.

En Toledo construyó un «hombre de palo» que, según la imaginación popular, iba todos los días hasta el palacio arzobispal en busca de un plato de comida y pedía limosna en la calle moviendo brazos y piernas. Aún existe en esta ciudad la Calle del Hombre de Palo.

Si al de Turriano añadimos los nombres de Blasco de Garay y Pedro Juan de Lastanosa (probable autor de los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas) podemos hacernos una idea del altísimo nivel tecnológico de las cortes de Carlos V y de Felipe II.

Contemporáneo de Turriano fue el médico, filósofo e ingeniero Gómez Pereira, que tenía a los animales por puros autómatas, meras máquinas biológicas. En su asombrosa Antoniana Margarita (1554) nos asegura que el hombre es algo más que una máquina porque tiene un alma capaz de reflexionar y decirse: «conozco que yo conozco algo: todo lo que conoce es; luego yo soy».

Descartes

En el año 1635 Descartes tuvo una hija con una criada con la que no quiso casarse. La criatura se llamaba Francine y murió en 1640, dejando al filósofo sumido en la tristeza. Algunos de sus biógrafos aseguran que, en el viaje que emprendió por barco en 1649 para dar clases de filosofía a la reina Cristina de Suecia, declaró a la tripulación que viajaba con su hija, a la que, sin embargo, nadie veía. En el transcurso de una violenta tormenta unos marineros entraron en su camarote y encontraron una muñeca articulada que se parecía a una niña.

Mientras escribía el Traité de l’homme Descartes tuvo en mente a los autómatas que había visto en las grutas y jardines de Saint-Germain-en-Laye, diseñados por un ingeniero italiano llamado Thomas de Francine (o Francini).

El siglo XVIII

El siglo XVIII es el siglo de oro de los autómatas y el más genial diseñador de «anatomías móviles» fue Jacques Vaucanson, muy elogiado por La Mettrie, el autor de El hombre máquina, que lo tenía por un nuevo Prometeo. Pero recordemos también a Pierre Jaquet-Droz, constructor de El Escritor, que con excelente caligrafía era capaz de escribir «Je pense donc je suis».

La Eva futura

En La Eva futura (1885) de Jean Marie Villiers de l’Isle Adam, un gran científico, Edison, crea la mujer autómata perfecta para su amigo, el joven millonario Lord Ewald.

–¿Sabrá ella quién es? –pregunta este último.

–¿Sabemos nosotros quiénes somos y lo que somos? ¿Vas a exigir de la copia lo que Dios no ha querido del original?

La nueva Eva, tecnológicamente perfecta, sólo adquiere conciencia de sí misma cuando Lord Ewald la acepta como humana. Algo semejante había contado Rousseau en su Pigmalión: Galatea sólo se reconoce a sí misma como humana cuando su creador la acepta como tal. En ese momento exclama: «¡Al fin he nacido!».

La Silenciosa

Oskar Kokoschka conoció a Alma Mahler en 1912. Vivieron un apasionado romance que se acabó en 1918. Al sentirse solo, Oskar encargó una muñeca de tamaño natural al artesano Hermine Moos de Berlín. Como debía parecerse a Alma lo más posible le envió fotografías y detalles precisos de su anatomía. «Por favor», le pidió, «consigue, si es posible, que mi tacto sea capaz de sentir placer en aquellas partes en las que las capas de grasa y músculo dejan paso súbitamente a una sinuosa cubierta de piel". Le compró en París finísima ropa interior y sofisticados vestidos, ya “que estaba condenada a convertirse en compañera de mis penas y alegrías». La llamó la Silenciosa.

Cuando se la entregaron, a finales de febrero de 1919, su decepción fue enorme. Aquella muñeca no podía competir con Alma. Aunque la utilizó como modelo en varias de sus obras, se cansó pronto de ella y decidió poner el punto final a su relación con una fiesta nocturna de antorchas y alcohol amenizada por una orquesta de cámara.

En algún momento de la fiesta la Silenciosa perdió la cabeza. A la mañana siguiente la policía despertó a Oskar interesándose por un cuerpo decapitado que se encontraba en su jardín. Finalmente «el servicio de retirada de basuras se llevó, en la mañana gris, el sueño del regreso de Eurídice. Aquella muñeca era una efigie que ningún Pigmalión habría sabido despertar».

Rachel

Terminemos con la Rachel de Blade Runner, que es el único replicante que posee aquella propiedad que, según el Prometeo de Esquilo, es el regalo más precioso que los humanos hemos recibido de los dioses: la esperanza ciega. Rachel es la única autómata que desconoce la hora de su muerte, su fecha de caducidad.

¿Conocerá la IA la esperanza ciega?

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