El arte de la perdiz con reclamo (II)

Maleno
Hace ya casi 3 semanas del cierre de veda de la perdiz con reclamo. Mis pájaros ya toman tierra, igual que los camperos. Después de un mes de marzo muy lluvioso, el campo luce radiante. Sin duda, eso es una gran noticia para los aficionados, pues una buena primavera será el aval para los lances del futuro, que a buen seguro se fraguarán los próximos meses, cobijados entre tamujos y hierbajos varios, al calor materno.
Es hora de limpiar todos los archiperres, desinfectar jaulas y esterillos, sayuelas, tantos y demás cachivaches que han sido de gran ayuda durante la temporada. Tan importante es eso como reflexionar y saborear las jornadas pasadas, hacer balance. Es importante conocer a tu equipo, tu plantilla, pues el amor a la perdiz debe demostrarse, sobre todo, fuera de la temporada de caza. Con estas premisas, y tras haberos contado algunos lances en el primer capítulo de estas crónicas, hoy voy a rememorar jornadas no tan positivas, que, siendo realistas, son las más abundantes en el morral de vivencias del pajaritero.
Tarde del 27 de enero. Calurosa y seca. Por la mañana había cazado un par de pájaros, pero no tuvieron campo. Es pronto para la zona, el campo está frío, pero yo ya lo sé. Me gusta tener los pájaros bien potreados para que cuando lleguen los días buenos, estén en todo lo suyo. Siempre, claro está, con cuidado de no pasarlos. Esa tarde iba a sacar a Hércules, un pájaro de Archidona, que cumplía dos celos esta temporada. El año pasado no se terminó de definir, tan solo metió al campo en una ocasión, pero se agachó y el campero extrañó y pegó la volada. Fue demasiado rápido como para juzgar con garantías, por lo que esta temporada quería matar la incertidumbre.
Colgué en un altete muy propicio para este vicio del reclamo. El puesto de piedra macizo era precioso. La plaza, limpia, pero a la vez abrigada por chaparras jóvenes y retamas variadas. Pronto salió el prisionero, cantando por alto sin temor a nada ni a nadie. He de decir que este pájaro es algo tarta, cosa que ya he comprobado, les encanta a los camperos, pues ven debilidad en sus declaraciones y lo consideran rival fácil. Apenas llevaba 5 minutos cantando, cuando por detrás del puesto, a unos 80 metros, le contestó un macho. Pronto se enzarzaron. La batalla ascendía en notas e intensidad y ambos pájaros se daban con alegría. Estaba especialmente ilusionado en ver la reacción del pájaro, pues tras el percance del año anterior, me tenía con la mosca detrás de la oreja. Hércules no daba síntomas de debilidad, más bien lo contrario, se iba creciendo conforme sentía más cerca al campero.Tras media hora de ardua batalla, noté como mi reclamo cortó el cante, y se aplastó. No era capaz de encontrarlo, se había pegado al piso como una lámina. A los pocos segundos, un hermoso macho irrumpió de mis espaldas, quedándose a poco más de un metro del cañón. El reclamo, una vez más me había dejado tirado. Nada más ver al campero se echó como los toros mansos en tablas, cerrando el telón de un nuevo capítulo pajaritero. El campero, que los buscaba con ahínco, terminó por aburrirse ante la descortesía del reclamo.
Pasaron las semanas, y no sin hacer varias consultas al respecto, me dispuse a darle una segunda oportunidad. Esta vez, en el puesto de las 10. Me fui a una zona muy apartada donde usualmente no solía colgar. Quizás, en mi subconsciente estuviera la idea de que fuese un puesto tranquilo, en el que la ausencia de campo no me permitiese dictar sentencia. Sin embargo, a los pocos minutos de salir, el campo contestó. Largo, pero contestó. Comenzó esa pelea, tan bonita e íntima, sentimientos encontrados, era el escenario perfecto para valorar al pájaro. Los camperos empezaron a acercarse y en cuestión de minutos los tenía a dos cuartas del puesto. El monte de jaras entrelazadas con lentisco imposibilitaba que la jaula viera a los camperos, y hasta ese momento todo fue bien. A los pocos segundos, las perdices irrumpieron en plaza, haciendo desintegrarse una vez más en la jaula a Hércules. Aquel instante fue el necesario para tomar mi decisión. No podría volver a dar más oportunidades. No valía…
Apenado por la irremisible decisión, volvía al coche, pensando la de horas y horas que le había dedicado a ese pájaro en los poco más de dos años de vida. No tocaba lamentarse, y la mejor forma de hacerlo era pensar que puesto que se le diera, puesto que se le restaba a un pájaro bueno o con opciones de serlo.
La caza del reclamo es compleja hasta el extremo, y esa dificultad radica en su génesis. Si, en sus raíces, en su origen. Esto es así puesto que el buen pájaro de reclamo tiene que ser valiente para buscar pelea, pero a la vez medroso, para provocar que el campo se le corra sin miramiento. Lo normal es ser valiente o tener miedo, pero variar la actitud dependiendo del momento de la contienda es algo sumamente complicado. Justamente tan complejo como hacerse de un gran reclamo.
En esta noble práctica, el cazador únicamente es el juez de un juicio sumarísimo en el más bello de los escenarios. El cazador del reclamo debe cuidar sus pájaros hasta el extremo, dedicarle tiempo horas y pensamientos (estos últimos son cruciales para momentos futuros). En definitiva, tiene que dárselo todo. Por eso, el choque de sentimientos cuando uno de los tuyos te falla es grande.
Muchos meses por delante hasta destapar la primera sayuela. Tiempo para reflexionar sobre los errores, seguir mimando nuestro jaulero y soñar con la nueva temporada que viene, pues en esto de la caza, como en la vida, la ilusión es fundamental.