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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Preguntas para Irene Montero

¿Aceptaría que su hija se cambiara de sexo, se hormonara, se mutilara, se quedara embarazada, abortara, sufriera una denuncia falsa por agresión sexual y se aplicara la eutanasia con usted y Pablo aplaudiendo con orgullo?

Actualizada 14:42

Estimada ministra, querida Irene:

Sé que usted se siente una pionera incomprendida y que, cuando se despierta por las mañanas bajo el luminoso cielo de la proletaria sierra madrileña, percibe en el espejo ligeros parecidos con Rosa Parks: se ve a sí misma en un autobús imaginario atreviéndose a sentarse en el espacio reservado para los blancos, con ese tipo de valentía genuina de la gente corriente que solo rompe el aviso de Marcial para montarse en el coche oficial rumbo al Ministerio, donde ya la esperan sus amigas Isa, Pam y otras chicas del montón dispuestas a no hacer nada bueno ni nada gratis.

Pero aunque como ministra esté dispuesta a ejercer de comisaria de alcobas, de curandera hormonal, de ángel de la muerte y de todo aquello que garantice una intromisión en la intimidad, atente contra la condición humana y transforme el último recurso en el primero para ponerlo además de moda; creo que debería preguntarse si mantendría lo mismo como madre.

Olvídese un momento de su puesto, antes de que un tiempo no muy lejano su puesto se olvide de usted y tal vez no haya ya suficientes destinos internacionales subvencionados antes por su Gobierno para emular las brillantes trayectorias de Bibiana Aído o Leire Pajín, colocadas en chiringuitos extranjeros cuya única virtud es que al menos las ha alejado de España.

Y díganos, dígase a sí misma, si dentro de ocho años uno de sus hijos, preciosos sin duda y cuidados por sus padres con el amor que por supuesto usted y Pablo les tienen, llega a casa y les dice con 12 añitos que quiere ser Andrea o Jorge, ¿le llevarán raudos al Registro Civil para que empiece su metamorfosis o tendrán en cuenta los estudios científicos que demuestran la presencia de la disforia en la pubertad y su desaparición al alcanzar la madurez y buscarán consejo de especialistas?

Y si acaso aceptan ese primer paso, al fin y al cabo administrativo y reversible, ¿serán igual de condescendientes cuando, con 15 años, comience a atacar su propia salud con tratamientos irreversibles de hormonación que, un año después y ya con ustedes de testigos atenazados, pueden dar paso a la mutilación propia e irrevocable de partes de su cuerpo?

Suponga usted también que admite todo eso, sin intervención cautelar de servicios sociales para salvar al adolescente que en casos bastante menos graves su Ministerio promociona salvo que la majadera se llame María Sevilla o Juana Rivas; y que la metamorfosis es parcial, según la teoría del «sexo sentido» mezclada con la ley trans que promociona su secta.

Digamos que su hija decide ser hombre con 12 años, se pone de química hasta las trancas con 15 pero demora o renuncia a la cirugía y mantiene intacto su aparato reproductivo y, con 16, se queda embarazada como varón homosexual pero mujer biológica de un chico no binario y lesbiano con las gónadas a pleno rendimiento.

¿Le parecería bien que Aitana/Paco fuera a abortar de Eugenio/Eugenie/Eugenia sin que ustedes, sus padres, pudieran atenderla, quizá disuadirla y en todo caso acompañarla? ¿De verdad no intentarían ofrecerle una alternativa ni necesitarían estar a su lado en un momento tan traumático?

Ricemos ya el rizo del todo. Supongan que a su hija convertido en hijo pero embarazada, el muchacho fecundador sin sexo definido le denuncia por agresión sexual sin otra prueba que su palabra y, al lío de su identidad sexual, de la convivencia de ambos sexos en un mismo cuerpo dopado y de la interrupción del embarazo en solitario, le añade un par de noches en el calabozo sin otra razón que una denuncia falsa de Eugenio, que tramita la acusación como Eugenia para aspirar a las ayudas aprobadas por usted en su Ley de Libertad Sexual.

Póngase en este momento la mano en el corazón, que no nos ve nadie. ¿Diría aquello de «Eugenie, yo sí te creo» o le ordenaría al abogado de su hije que peleara en el juzgado por la libertad inmediata de su Aitana/Paco por falta de prueba alguna?

Y ya de remate, llegamos al epílogo. Haga usted, estimada ministra, el ejercicio, por supuesto imaginario, de visionar a su hija/hijo/hije sin ganas de vivir tras ese martirio sufrido con solo 16 añitos, una edad donde no se puede tatuar sin su permiso pero puede hacer todo lo demás gracias a sus progresistas leyes.

Si usted cree que el derecho a morir es sagrado, ¿por qué ponerle edades y limitarlo a los enfermos terminales, confundiendo la necesidad de no prolongar la vida artificialmente cuando ya es inviable, entre dolores insoportables, con la posibilidad de exigirle al Estado que te mate si has perdido la esperanza?

¿Aceptaría usted sin más, con Pablo a su lado, que con 16 años su hija se haya cambiado de sexo, hormonado, operado, encarcelado y finalmente suicidado en nombre de las leyes que usted impulsa?

Si la respuesta es sí, querida Irene, está usted para que la ingresen en un psiquiátrico y le retiren la custodia de sus hijos. Y si es no, es usted un mono con una escopeta incapaz de entender las desastrosas consecuencias de sus inhumanas leyes para familias con vidas bastante más complicadas y con menos recursos que la suya.

Solo cabe esperar que, cuando uno de sus hijos tenga dudas a esas edades en que todo es una confusa tormenta, usted pueda ayudarle, frenarle y atenderle con las herramientas que ahora mismo les ha quitado usted al resto de padres en nombre de la ínfima minoría que vive todo eso de verdad, y requiere de cualquier cosa menos de frivolidades y generalizaciones.

Bájese del autobús, y verá que solo va en un coche fúnebre, con Mengele sonriendo desde el infierno.

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