El trans es Pedro
El aquelarre del PSOE en nombre de 82 debe dirimir una duda: ¿van a cambiar Felipe y Guerra de sexo como hace Sánchez cada cinco minutos?
Sánchez va a celebrar el sábado, en la Sevilla conservadora que votó un día al PSOE porque lo era y ahora le va a enviar al infierno por dejar de serlo, los 40 años de aquella mítica victoria resumida en la icónica imagen de Felipe y de Guerra asomados en una ventana del Palace que ya presagiaba el gusto por los lujos que cuatro décadas después ha sublimado el sucesor, empadronado en el Falcon y las cinco estrellas.
El paso del tiempo genera siempre dos efectos, a elegir: o proyecta las luces y esconde las sombras o a la inversa, en ambos casos sin aprecio por los matices, los tonos grises y las moralejas abiertas.
Por eso recordamos del Dúo Dinámico del PSOE lo mejor, con generosidad: no salirnos de la OTAN, rematar la incorporación a Europa, luchar contra ETA, organizar una Olimpiada y una Exposición Universal y, en general, saber distinguir los buenos de los malos en una España que primero con Felipe y después con Aznar miraba hacia adelante con esperanza y no hacia atrás con rencor.
Después de ambos vino Zapatero, que es el padre de todos los males hoy encarnados por Sánchez: él se inventó a Podemos, apostó por el guerracivilismo, descubrió que el PER andaluz podía extenderse si al nuevo clientelismo lo llamabas «escudo social» y diluyó todas las fronteras posibles para borrar las diferencias entre un hombre y una mujer o una autonomía y una republiqueta independiente.
Felipe y Guerra, al lado de Zapatero y de Sánchez, son Adenauer, Palme, Churchill y Gorbachov juntos; como Rubalcaba lo era también y lo son todos los socialistas clásicos, cuyos pecados ideológicos y errores de gestión son insignificantes en la comparación con las dos calamidades que les sucedieron.
Pero no es compatible ensalzar esa memoria, blanqueando incluso sus peores episodios, si ellos mismos la traicionan ahora sumándose al autohomenaje que Sánchez quiere darse ahora para parecer un poco más socialdemócrata y un poco menos chavista.
¿Va a decirle Felipe a Sánchez que el PSOE no pacta con Batasuna, no regala indultos a ERC, no cuartea la Hacienda Pública, no legitima al separatismo, no reabre heridas de la Guerra Civil, no olvida a las víctimas, no libera a sus verdugos, no divide en dos a la sociedad, no persigue a los empresarios, no cambia el sexo a los niños y no prefiere los subsidios a los salarios?
¿Y lo hará Guerra si finalmente le invitan, en lugar de tirarle a los perros como Kim Jong Un a su tío, o se la envainará porque, pese a todo, pesa más el patriotismo de partido que el de país?
Y aún más. Acudan o no lo hagan Lambán, Page, Vera, o Puig al aquelarre sanchista, ¿tragarán in situ o desde la distancia con la agenda del político más trans de la historia, capaz de ser una cosa distinta cada cinco minutos para llegar a no ser ninguna nunca?
Que a barones y viejas glorias no les ha importado demasiado España lo demuestra su silencio cómplice con la ruina general impuesta por Sánchez en un país que, como dijo Guerra, ya no lo conoce ni la madre que lo parió.
¿Pero van a dejar de verdad que le pase lo mismo a su partido? Ya que no lo hacen por principios, que lo hagan por interés: la empresa que les ha alimentado todas sus vidas está a punto de solicitar un concurso de acreedores. Si quieren seguir viviendo del cuento, ya es hora de que se comporten como Caperucita Roja y descubran al lobo.