Lo quería burro... y apaleado
El plan del rey del trile era redondo: firmo el acuerdo del Poder judicial contigo y acto seguido te meto el gol de la rebaja de la sedición
A veces la política real iguala los enredos de folletines de colmillo retorcido tipo House of cards y se torna muy entretenida (o tristemente entretenida). Tal es el caso de lo que ha sucedido con el súbito pinchazo del acuerdo para renovar el Poder Judicial. ¿Qué ha pasado? ¿Quién engañó a quién? Hay teorías para todos los gustos. Ahí va la mía:
¿Por qué existe una alianza irrompible entre el PSOE y los partidos separatistas catalanes y vascos? Pues por dos razones: porque los nacionalistas saben que no volverán a encontrarse en la Moncloa con otra bicoca como Sánchez y porque Mi Persona está dispuesto a pagar precios altísimos, impensables, a cambio de los sucesivos apoyos que lo mantienen en el poder. Sánchez no compró el apoyo de ERC, partido colíder del golpe de 2017, prometiendo que habría catalán en Netflix, como se dijo. Eso son paparruchas. El pago real fueron los indultos. Del mismo modo, para convertir a Otegui en el más leal colaborador del PSOE hubo que asumir una horrenda traición a las víctimas y abrir la vía para ir dando salida a todos los sicarios de ETA.
¿Cuál era el precio de este año por el apoyo de ERC a los Presupuestos? Pues modificar el Código Penal para convertir el delito de sedición en una ganga. Un sueño hecho realidad para unos separatistas que fabulan con otra intentona. Sánchez aceptó, porque nada le importa vender a España si le sirve para salvaguardar su ombligo. Pero esa felonía tiene tan mala venta ante el público que había que ir con tiento y vaselina mediática.
El 17 de octubre, el periódico semioficial del sanchismo titulaba: «ERC complica los presupuestos al vincularlos con la reforma de la sedición». Pero en esa misma crónica se nos explicaba que «fuentes del Ejecutivo indican que no aceptarán esa condicionalidad». Era mentira. El trueque estaba ya cerrado (Presupuestos a cambio de rebaja de la sedición), solo que había que ir con suavidad y globos sonda de tanteo. Por ello, el Gobierno se dedicaba a repetir en esas fechas la parida de que no contaba con apoyo parlamentario para la reforma de la sedición. Un absurdo, pues nada complace más a la coalición Frankenstein que un regalazo así.
Siete días después, el mismo periódico progubernamental ya iba enseñando la patita: «El Gobierno se abre a reducir a la mitad el delito de sedición». Y por fin, el jueves 27, el diario sanchista nos informaba –¡oh, sorpresa!– de que «la reforma de la sedición aúna en el Congreso una clara mayoría».
En paralelo, Moncloa y Génova estaban negociando la reforma del Poder Judicial. Sánchez, el rey del trile, había diseñado una jugada perfecta: firmar el acuerdo del Poder Judicial con el PP y acto seguido meterle el gol en propia meta a Feijóo de colarle la rebaja de la sedición, medida que dejaría en el alero la futura defensa de la unidad de España. Es decir, quería a Feijóo burro y apaleado.
La operación reventó de la manera más inesperada: por las dificultades oratorias de la ministra María Jesús Montero, que tiene el curioso don de hablar de manera tan atropellada que a veces ni ella misma parece saber qué dice. En la mañana del jueves día 27, Marisu Montero, en una respuesta a ERC, confesó desde la tribuna del Congreso que lo de la rebaja de la sedición estaba hecho, dejando así boca arriba toda la maniobra de Sánchez. Luego intentó desdecirse en un pasillo, pero todo quedaba claro. La cagadilla de Montero despertó al PP del cuento de hadas de que es posible cerrar un gran acuerdo de Estado con un personaje del calibre moral de Sánchez. Feijóo despachó con sus íntimos, mandó parar y suspendió las negociaciones del Poder Judicial, toda vez que Sánchez iba a cerrar ese acuerdo con una mano mientras con la otra apuñalaba a España con lo de la sedición. Feijóo telefoneó además a Sánchez, quién con el tono chuleta marca de la casa, y tomándolo por pánfilo, insistió en el camelo de que cargarse el delito de sedición y renovar los órganos judiciales no tiene nada que ver, que es como mezclar la comida china con el Tour de Francia.
A Feijóo lo vino Dios a ver, pues habría sido todo un papelón renovar el Poder Judicial con Sánchez para acto seguido encontrárselo mancillando alegremente el Código Penal al servicio de los separatistas. Sin pretenderlo, y por una vez, Marisu Montero prestó un servicio a España.
¿Y ahora que? Agárrense a sus asientos. Sánchez enrabietado es una bomba de relojería. Podría llegar a intentar reformar la ley a la brava para que el PSOE pueda renovar los órganos judiciales sin el PP. Pero si acomete semejante abuso bolivariano a tan pocos meses de las elecciones, el tiro puede salirle por la culata.
Europa protestará por la ruptura de las negociaciones. Los magistrados, también. En puridad, lo ortodoxo sería renovar cuanto antes el Poder Judicial, que está sufriendo con estos años de provisionalidad. Pero dado que está en marcha una maniobra de Sánchez y los separatistas para asaltar el TC y abrir una vía subterránea para futuras consultas seudo independentistas, tal vez no sea tan malo para España que la mesa judicial del PP y PSOE haya saltado por el aire. Nos queda solo un año más de Sánchez, si las encuestas no mienten, y sería un error permitirle que deje controlada a su antojo la justicia de la etapa post socialista.