González y Sánchez, el clímax del cinismo
Daba un poco de risa verlos intercambiándose lisonjas en el mitin de Sevilla cuando en realidad se llevan igual de bien que Rociíto y Antonio David
Un planeta donde todo el mundo soltase la verdad a bocajarro en cada instante se vería abocado a conflictos permanentes, como reflejaba una comedieta malucha y jocosa del actor inglés Ricky Gervais. Las mentirijillas diplomáticas son parte del truco de la civilización. Pero de ahí a escamotear la verdad por completo, como hicieron este sábado Sánchez y González en su mitin conjunto de Sevilla, media un trecho.
Se festejaban los 40 años del contundente triunfo electoral de Felipe en 1982 y el canoso ex líder del PSOE y el actual se intercambiaron lisonjas como si fuesen los mejores de los amigos. Aquello fue el festival del cinismo, porque Sánchez y González se llevan igual de bien que Capuletos y Montescos, o que David Hume y Jean-Jacques Rousseau, o que Rociíto y Antonio David. Es decir: no se tragan.
Pese a toda la pompa de su levitación egotista, Sánchez siempre ha sido un paquete electoral, muy lejos de las mayorías absolutas. La primera vez que se presentó, en diciembre de 2015, dejó al PSOE en el chasis, con solo 90 escaños. Con la faz de acero inoxidable que lo distingue, calificó su resultado de «histórico» (y lo era: los socialistas jamás habían sufrido un castañazo peor).
Pese a ese descalabro, se negó a permitir que gobernase al candidato ganador, Rajoy. Comenzaba así su célebre campaña del «no es no», que provocó la etapa más larga con un Gobierno en funciones. Su terquedad dogmática obligó a convocar nuevas elecciones en junio de 2016. Allí logró el hito de caer a 85 diputados. Pero continuó bloqueando al PP, que obtuvo 137. Y lo que es peor, comenzó a fabular con intentar gobernar con esos 84 diputados cruzando una línea roja: aliarse con los más enojosos separatistas. Los fundados temores a ese maniobra antinatura activaron las alarmas en el viejo PSOE. González y Rubalcaba comenzaron a revolver en la sombra para echar a Sánchez de Ferraz y hacer así posible la gobernabilidad de España sin dejarla bajo la batuta de los separatistas (lo que acabó ocurriendo al final en 2018). Hasta El País de entonces, con el cuerdo y patriótico Antonio Caño como director, se situó contra Sánchez.
En 2016, tres días antes de un Comité Federal en Ferraz que se presagiaba explosivo, González caldeó el ambiente con una entrevista-bomba de 18 minutos en la cadena Ser. Allí desvelaba que Sánchez lo había «engañado». Contaba que le había garantizado en un encuentro entre ambos que en segunda votación se abstendría y dejaría gobernar a Rajoy, pero al final no lo había hecho. Le había mentido. Además, González se oponía tajantemente a intentar gobernar con los escaños de los separatistas: «Hacer un Gobierno de 85 diputados y con gente que quiere liquidar y trocear España no es posible. Un Gobierno Frankenstein, que diría Rubalcaba, no es bueno ni posible».
Esas palabras de González operaron como el detonador para cepillarse a Sánchez tres días más tarde, en el tormentoso Comité Federal del PSOE del 1 de octubre de 2016. Fue un psicodrama socialista de once horas, con lágrimas, gritos, insultos y hasta algún empujón. Allí asomó en todo su esplendor la naturaleza real de Sánchez, pues para intentar salvarse llegó a intentar dar un pucherazo con una votación secreta tras una cortina. Acabó la jornada viéndose forzado a dimitir. Pero para desgracia de España, recuperó la poltrona al año siguiente, de manos de una militancia socialista radicalizada, e hizo por fin reales las peores pesadillas de González y Rubalcaba.
El viejo divo de 80 años y el presente pavo real, de 50, se detestan. No es para menos. González forzó en su día la caída de Sánchez y el actual líder del PSOE acaba de rubricar una Ley de Memoria que quiere investigar el primer año de Gobierno de Felipe como parte de una supuesta historia negra y antidemocrática de España. Discrepan también en lo referente a la unidad de España y los pasteleos con el separatismo. E incluso están a años luz en su visión de la economía (a González le chifla el dinero y las amistades plutocráticas y Sánchez se está disfrazando ahora de Robin Hood que va a desplumar a «ricos» y «poderosos»).
Al prestarse a la pantomima de intercambiarse flores en el mitin festivo de Sevilla, ambos retratan de qué pasta están compuestos. Y es que el PSOE es así. Una permanente historia de honradez, claridad y congruencia.
(PD: «La Constitución debe cumplirse de pe a pa», clamó Sánchez en Sevilla como recriminación al PP. Lo decía, ay, el presidente condenado por dos veces por el Tribunal Constitucional por un uso abusivo del estado de alarma, que en cualquier democracia normal habría tenido que irse a casa por ello).