Un tipo raro, muy muy raro
Un amigo me cuenta que es heterosexual, católico, felizmente provinciano y padre de una familia tradicional, ¡qué troglodita!
Charlo con un gran amigo que vive en las hermosuras de la Galicia interior, un intelectual de verdad, con décadas de trabajo y estudio a cuestas, no un zascandil que ha escrito tres artículos y cuatro cuentos políticamente correctos. Tras repasar el ameno circo político catalán, surge en nuestra cháchara el tema del petardeo eurovisivo. «Yo soy un carca, un retrógrado total –me dice riéndose–, porque resulta que soy un tío y me gustan las tías. Y eso ahora mismo… Si me pillan en el sarao de Eurovisión me echan a patadas».
Lógicamente me quedo extrañado al ver que mi amigo no es arcoíris, ni bigénero o trigénero. Ciertamente se está quedando obsoleto. Me quedo pensando que debería hacer un esfuerzo sincero por modernizarse.
Pero seguimos hablando y constato que el problema se agrava. «Yo soy un padre de familia conservador, católico y orgullosamente provinciano», me espeta este personaje salido de las cavernas del Cretácico superior. Al parecer, el troglodita no sabe que lo trascendente ha sido sustituido por los vídeos chinos de TikTok, que el izquierdismo resentido, llamado ahora «progresismo», es el credo obligatorio, y que la España eterna de la olvidada provincia es un horror, porque lo guay es vivir en las grandes urbes «cool», donde hay Glovo y Cabify, cafés de diseño en vaso de plasticurri por los que te cascan tres euros y pisos tipo zulo a partir de 700 pavos al mes.
El cavernícola sigue con su letanía: «Me parece también que lo mejor para los chavales es que tengan un padre y una madre, ya sabes, la familia tradicional y no estas caralladas de ahora». Extraviado allá en su mundo campestre, al parecer no está al tanto de que la inolvidable y ya olvidada Ione Belarra descubrió siendo ministra que en realidad existen 16 modelos de familia, que quiso meter en una ley: biparental, joven, monomarental o monoparental, LGTBI homomarental y homoparental, múltiple, reconstituida, inmigrante, intercultural, transnacional… Mi amigo es tan fachosférico que me dice que todo eso le parece «una perfecta gilipollez». Qué bárbaro.
Tras confesarme atrocidades heteropatriarcales como que le gusta ver los partidos de fútbol estelares en el bar tomando un vino con sus amigos, concluye su alegato hundiéndose de manera definitiva al afirmar muy seguro de sí mismo que «yo prefiero la ambición a la paguita; el esfuerzo de los alumnos a que los chavales pasen curso con asignaturas cateadas y rascándola; el mundo de la aldea, donde los abuelos vivían con sus familias cuando estaban muy pochiños, a este en que aparcamos a los viejos en las residencias».
Este tipo es un enfermo lleno de odio. No ha entendido nada del apasionante proyecto «progresista» y «plurinacional» que estamos construyendo entre todas y todos bajo la batuta del presidente Sánchez Pérez.
«Yo, chico, qué quieres que te diga... no soy de la secta», concluye el reaccionario. Esperamos que por obra del providencial Gobierno socialista y plurinacional sea recluido pronto en un campamento de reducación, con vídeos de Bolaños y Silvia Intraxourrondo proyectándose las 24 horas del día en su celda, libros de García Montero y Suso de Toro como única compañía y música de Nebulossa y Rozalén sonando empoderada en los altavoces y altavozas del patio de recreo.