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El puntalAntonio Jiménez

Sanchismo igual a Trumpismo

No han dudado en legitimar la violencia golpista y después amnistiarla como se vio con los asaltantes del Capitolio y con los independentistas. Uno y otro mienten, dicen una cosa y más tarde la contraria, si así consiguen mantenerse en La Casa Blanca y la Moncloa

Actualizada 01:30

Trump y Sánchez son personajes distintos y distantes, pero comparten la misma ambición desmedida por el poder y métodos similares para retenerlo por más cuestionables que resultan democráticamente y más irrespetuosos que sean con el Estado de derecho. Trump como Sánchez han dado muestras suficientes de deslizarse por derroteros demagógicos y populistas; críticos con los jueces independientes; coincidentes en atacar las investigaciones e instrucciones de las causas judiciales que les afectan personalmente o su entorno familiar y desvergonzados «okupas» de las instituciones, empezando por el poder judicial para someterlo a sus intereses particulares y partidistas.

No han dudado en legitimar la violencia golpista y después amnistiarla como se vio con los asaltantes del Capitolio y con los independentistas. Uno y otro mienten, dicen una cosa y más tarde la contraria, si así consiguen mantenerse en La Casa Blanca y la Moncloa. El impudor de ambos personajes les lleva a propalar bulos y señalar a los demás como activos voceros de embustes a los mandos de imaginarias máquinas del fango. Y no dudan en considerar enemigos a cuantos políticos o periodistas que critican y discrepan de sus formas y decisiones de gobierno. El «sanchismo»y el «trumpismo» juegan en ligas políticas semejantes donde se permiten utilizar el dolor ajeno para atacar a sus oponentes. Trump lo hizo contra Biden mientras Sánchez y sus acólitos lo hacen con los muertos del Covid en las residencias madrileñas contra Ayuso y contra el PP y Mazón con las víctimas de la dana. Carlos Herrera me puso sobre aviso acerca de una frase recogida del editorial del diario «sanchista» de la mañana el pasado jueves: «A una autoridad del Estado se le exige una ética institucional libre de sombras». Cualquier lector avisado habría pensado enseguida en Sánchez y en una perturbación pasajera del editorialista que por error estaba retratando a «Su Sanchidad». Pero no, el señalado es el primer ministro portugués. Faltaría más que ese medio se permitiera sugerir algo así del inquilino de la Moncloa.

En otro artículo de fondo del mismo diario leí: «Los autócratas de nuestro tiempo entienden la importancia de ser percibidos como demócratas. Al menos al principio. Pero muy pronto sacan a relucir su disposición a realizar las más extravagantes contorsiones para proyectar una imagen de legitimidad democrática, al mismo tiempo que utilizan su poder para socavar el Estado de derecho. No declaran abiertamente su intención de acabar con la democracia, sino que la erosionan sigilosamente, día a día, semana a semana, desmantelando aquello que fingen proteger. Se trata de dar un golpe de Estado, pero en cámara lenta». Sinceramente, el párrafo retrata a Sánchez, pero su autor, el periodista Moisés Naím, analista de internacional del citado diario se refiere a Trump. También habla de cómo ciudadanos que normalmente defenderían la democracia, cuando su líder ataca las instituciones (Sánchez lo tiene acreditado), al ser de «nuestro lado», se tiende a justificarlo como necesario frente a las amenazas del otro bando, de tal forma que esos demócratas aplauden medidas que socavan las instituciones democráticas convencidos de que es por un bien mayor. Esto ocurre en España durante la presente legislatura 'sanchista', pero el autor habla de Trump y sus seguidores en Estados Unidos.

Trump, de momento, está siendo una calamidad planetaria y lo está evidenciando con sus decisiones erráticas que hunden las bolsas, causan incertidumbre y ponen en riesgo la economía y el comercio mundial mientras enarbola una supuesta pulsión pacificadora en Ucrania que en el fondo está impregnada de un nítido interés crematístico residenciado en sus «tierras raras», sin importarle humillar a Zelenski y ponderar al sátrapa ruso.

Sánchez es nuestra desgracia presente y futura en tanto no acepte su debilidad parlamentaria, explicitada por el rechazo de sus socios de gobierno y parlamentarios a incrementar el gasto militar en Defensa y Seguridad. Por ello, el autócrata, vuelve a cumplir con aquello que manifestó sobre gobernar al margen del legislativo, sin el Parlamento, y se niega a acudir al Congreso para dar cuenta de cómo pretende y de dónde aflorar decenas de miles de millones para resolver la cuestión de gastar más en armamento sin recortar, como dice, en subsidios, ayudas y demás políticas sociales. Y esa ecuación no tiene más solución que aumentar el gasto militar a base de impuestos. Ante esta coyuntura, sin los apoyos parlamentarios para afrontarla, una autoridad del Estado con convicciones democráticas y con una «ética institucional libre de sombras», como editorializa su periódico de cabecera, iría al Parlamento, se explicaría y tras el debate y la votación pertinente, si no consigue el respaldo de la cámara, convocaría elecciones, que es lo que ha hecho el primer ministro portugués. Pero el autócrata de la Moncloa, ciego de poder, no se ve concernido por nada que no sea ganar tiempo y seguir huyendo hacia adelante.

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