«¡Váyase, señor Sánchez!»
Sin presupuestos, con la corrupción hasta las cejas, rehén de un prófugo y con su coalición rota, la oposición debe repetir a todas horas la exigencia de elecciones
Los veteranos se acordarán bien. Felipe González era una fuerza de la naturaleza en las urnas. No había manera de sacarlo del poder, ni despegándolo con agua caliente y tirando con un fórceps. En las elecciones de 1993, cuando ya chapoteaba en la corrupción y comenzaba a enfriarse la economía, todavía le ganó las elecciones a Aznar por 159 escaños contra 141. Es decir, en pleno declinar de su figura logró 38 diputados más que los que ha cosechado el peso pluma Sánchez en las últimas generales.
¿Cómo acabar con lo que parecía constituir el mandato perpetuo del PSOE? Esa era la pregunta que se hacía la derecha a comienzos de los noventa. Cuatro factores clave contribuyeron a la caída de González: 1.- Su descrédito creciente por su acumulación escándalos. 2.- La ralentización de la economía, con inflación y un paro enorme (superior al 20%). 3.- La labor de un grupo de medios de derechas que se conjuraron contra el imperio del felipismo-polanquismo. 4.- La contundente oposición de Aznar y su equipo.
En abril de 1994 se celebró un debate sobre el estado de la nación que marcaría un antes y un después para González. Aznar enunció todos los puntos oscuros del Gobierno del PSOE y acto seguido le espetó por primera vez a Felipe desde la tribuna del Congreso la frase mágica: «¡Váyase, señor González!», un lema que caló, que acabaría conociendo hasta el más despistado de los españoles.
Aquel debate fue el pistoletazo de salida de una dura y tenaz campaña del PP demandando la marcha de González. El «¡váyase!» se convirtió en cita obligada en los mensajes de todos sus dirigentes, muchos de ellos de pegada dialéctica robusta. Dos años después cosecharon sus frutos. El presidente que parecía imbatible se vio forzado a convocar elecciones anticipadas, las perdió y hubo de hacer mudanza tras trece años y medio pernoctando en la Moncloa.
A la oposición española actual le ha faltado hasta ahora centrar su mensaje. El PP, debido a su teoría de que podía pescar votos en la izquierda, ha pecado de falta de contundencia contra el Gobierno y ha intentado transmitir tantas cosas a la vez que no ha logrado situar una idea-fuerza clara en el imaginario colectivo. Vox, por su parte, parece más preocupado por zumbarle al PP y por las batallas culturales de importación extranjera que por poner fin a la prioridad más acuciante que tiene hoy España: echar a un proyecto de autócrata que está desguazando el país al dictado de los separatistas.
Sin presupuestos, con la corrupción familiar y partidista llegándole a las cejas, rehén de un prófugo y con su coalición rota en el Parlamento, la oposición debe repetir hasta el hartazgo el «¡váyase, señor Sánchez!». En las democracias normales impera una fórmula que no se puede soslayar: Gobierno zombi = elecciones.
Feijóo ha dado un paso, reclamando ayer desde Bruselas elecciones con toda claridad. Curiosamente –o no–, esa demanda no fue citada en los telediarios de TVE, ni tampoco en los titulares de periódicos de supuesta derecha. Así que toca insistir, repetirlo una y otra vez, de sol a sol.
En lugar de hacer feliz a Sánchez pellizcándose entre sí, PP y Vox deberían concentrar todos sus esfuerzos en transmitir al pueblo español un mensaje muy sencillo: nos gobierna un impostor que no hace nada, ni siquiera aprobar los presupuestos como es su deber constitucional, y que además es un felón rendido al separatismo; por lo tanto: elecciones YA.
Hay que poner fin a este insufrible teatro, donde un ególatra alérgico al juego limpio simula que gobierna.