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TribunaAlfredo Liñán

Duelo al sol

¿Qué pinto yo retando a duelo al sol como si en España no hubiera más que hacer? ¿Se me habrán ablandado definitivamente los sesos con estos sofocos?

Actualizada 12:31

Cuando era niño –que uno también lo fue, aunque resulte sorprendente– nos advirtieron de que la película 'Duelo al sol' era un cuatro, o sea gravemente peligrosa, pecado mortal, azufrazo seguro, y así cada mañana al ir al colegio yo miraba pecaminosamente de reojo el cartelón del cine desde donde una perturbadora Jennifer Jones parecía invitarme para acompañarla al mismísimo infierno al que, he de reconocerlo, creo que hubiera ido gustoso en semejante compañía. Digo esto porque es lo que sentí ayer al aterrizar en Madrid, el mismísimo día de San Lorenzo que, cuando aún no había «hombres del tiempo», ni terroristas climáticos, siempre se tuvo como el día más caluroso del año y hasta afirmaban que si a las 10 de la mañana en punto levantabas una piedra, bajo ella habría un carbón. Por mi impuntualidad nunca pude comprobar el milagro. Madrid calcinada y desierta, el sueño de cualquier soberanista de pro. No de Salvador Illa, pobre acelga puesta a remojo en la, antigament, Casa de la Diputació.

Y, sin embargo, decía el inefable Agustín de Foxá que «Madrid en agosto y sin mujer, Baden-Baden» y eso que, lo afirmo bizarramente y dispuesto a ser condenado en virtud de la memoria histórica, o democrática, o como diablos se llame, que en tiempos del innombrable también hacía calor en verano e incluso frío en invierno –arrésteme sargento, como al valiente exhonorable Puigdemont, ése que, al parecer, se camufla utilizando la fregona como peluquín–. Pero claro, es bien sabido que Don Agustín era hombre deslenguado que, aparte de dejar con el culo al aire a los ugetistas en su «Madrid de Corte a Checa», se atrevió, nada menos, que a increpar a las poderosas familias jerezanas: «Horda del sur enriquecida y boba, que venís con el pelo de la dehesa, a conquistar estúpidas condesas que, a cambio de comida, os darán coba» Y aún no conforme, remataba la faena con una inefable media verónica: «Id con vuestro dinero a la puñeta ¡Oh Borgias de los vinos de Jerez!» y a llamar sutilmente cornudo al Conde Ciano, entonces todopoderoso yerno, y más tarde víctima, del mismísimo Duce.

Y a todo esto ¿Qué pinto yo retando a duelo al sol como si en España no hubiera más que hacer? ¿Se me habrán ablandado definitivamente los sesos con estos sofocos? Quizá. Pero el caso es que recientemente he sido desafiado por una amiga lectora, a escribir alguna columna sin meterme con el, a la sazón, precarista de la Moncloa. «No tienes lo que hay que tener» me increpó, sabedora de que, en nombrando las partes nobles, cualquier buen español se encrespa. Y así, y aún a sabiendas de su sanchismo rampante, hoy escribo fiel a mi promesa de no agresión. En realidad resulta fácil. Porque afirmar que, quizá por primera vez en la vida, me he sentido profundamente avergonzado, no ya del gobierno que tenemos, cosa evidente, sino hasta de ser español, por compartir nacionalidad con el echacuervos circunflejo en funciones de pitonisa Lola del autócrata venezolano; con los cantamañanas monclovitas que creen haber engañado a alguien con el paripé del de la fregona y con todos los mandos –con tricornio, gorra, barretina o toga– que, de haber sido hombres de honor, tendrían que haber presentado su dimisión inmediata antes de prestarse a ese inicuo teatrillo, no es sino constatar lo que cualquier persona de bien, no enjaezado en las mieles del poder, siente en estos momentos; incluso mi retadora, «progresista» me dice, como si el resto de la humanidad fuera contrario al progreso. Bueno, alguno hay, pero ya los dibujó Mingote vestidos de majano.

Parafraseando a don Agustín: «Id con vuestra tontuna a freír puñetas, baldragas monclovitas del poder». Usted disimule, amiga mía.

El sol, como un enorme huevo frito, sigue roneando a Jennifer Jones cielo arriba. Al final me acabará achicharrando, presumo.

  • Alfredo Liñán es licenciado en Derecho
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