Pisando cristales
La tregua de ayer fue solo un espejismo que durará lo que tarde el Gobierno en colocar en el TC a los magistrados que le garantizarán la pervivencia de su peligrosa ingeniería fiscal y sus cesiones inconstitucionales al Gobierno catalán
Sánchez estaba ayer contento porque cada vez tiene más cerca asaltar el Tribunal Constitucional, tras haber intervenido en todas las instituciones. Con el CIS de José Félix en el país de las maravillas debajo del brazo y domesticado el viejo zorro felipista a cambio de unas migajas de protagonismo en Ferraz, decidió seguir a pies juntillas la receta del abuelo González: la verdad es lo que los ciudadanos creen que es verdad. Esa tarea de inventarse una realidad paralela, como si todos montásemos en el Falcon y tuviéramos a nuestras órdenes 1.200 asesores, se le da de rechupete. Cada palabra en el Senado, una trampa; cada dato, una trola; cada autocomplacencia a su obra, una impostura. Solo había una verdad que calló: su Gobierno había destituido horas antes a la responsable de controlar los fondos europeos porque la Administración que dirige no ha sido capaz de gestionar unos fondos que no llegan a la sociedad civil por su incompetencia. El primer dirigente que no tiene que medir la credibilidad de su rigor fiscal en los mercados no sabe ni canalizar el dinero a fondo perdido que le da Europa, que le ha mandado un recado muy serio, a pesar de que Moncloa se apresurara a desmentirlo hace unos días.
Esta vez controló la tensión maxilofacial y a lo más que llegó fue a ironizar sobre la «gran experiencia» del líder del PP, sin desplegar la batería de insultos de su primer cara a cara, seguramente como tributo a la proximidad de un acuerdo para renovar el poder judicial que no podía entorpecer so pena de que la Comisión Europea le tenga que dar un segundo y definitivo aviso. La tregua de ayer, que en su infinita magnanimidad le llevó a contestar a cada uno de los demás grupos, fue solo un espejismo que durará lo que tarde el Gobierno en colocar en el TC a los magistrados que le garantizarán la pervivencia de su peligrosa ingeniería fiscal y sus cesiones inconstitucionales al Gobierno catalán, a cambio de que sus socios le permitan pasar estas Navidades en La Mareta.
Para entonces, el «señor Feijóo» de ayer pasará a ser de nuevo un fascista desorejado, la deuda pública alcanzará el 120 por ciento, nuestra inflación subyacente superará el 6,2 por ciento, dos puntos por debajo de la europea, el Banco de España, el BBVA, la AiRef, Funcas y el FMI le desmontarán como ahora todas su previsiones, y los españoles serán cada vez más pobres, pero Moncloa habrá conseguido asegurarse antes de las elecciones que el desmontaje constitucional sea completado, quién sabe si incluso con un referéndum en Cataluña, que dé un tiro de gracia a nuestro ordenamiento jurídico. Pero ayer tocaba hacerse el simpático, rebajar el tono de los ataques, bromear con Antonio Hernando, y compartir chascarrillos con Nadia Calviño. El festival del humor tocó techo cuando se autoproclamó patriota, condición que en el universo sanchista se demuestra pactando con filoterroristas y haciéndose cómplice de los independentistas para eliminar la enseñanza en español para los niños que viven en una parte de España.
En el colmo del desahogo, Pedro Sánchez le recomendó a Feijóo que pisara algún cristal, afeándole así que no diga amén a su nefasto plan anticrisis. Lo mejor fue cuando el presidente del PP le recordó al faquir Sánchez que a pisar cristales nadie le gana: como consejero de Caja Madrid votó a favor de las preferentes y dio su voto de diputado gris socialista a la congelación de las pensiones y al recorte del sueldo de los funcionarios en tiempos de Zapatero. Eso sí que era pisar cristales.