Todavía quedan jueces en Madrid
No me cabe duda de que el compromiso de muchos de estos jueces con la sociedad española, su integridad y honestidad, les llevará a estudiar con todo rigor cómo tendrán que actuar y aplicar, una vez aprobada, la ley de amnistía
Tranquilos, no está todo perdido, aunque Sánchez y Bolaños querrán, como en su día hizo Hugo Chávez, hacer desaparecer el principio de independencia que tanto caracteriza el trabajo de jueces y fiscales. Ayer la Sala Tercera del Supremo, de lo Contencioso-Administrativo, le dio un buen revolcón al fiscal general al reconocer «desviación de poder» en el ascenso de Dolores Delgado a la Sala Militar y al anular su nombramiento. Al mismo tiempo, dieciocho fiscales del Supremo acusaron al fiscal general, Álvaro García Ortiz, por no protegerlos frente al lawfare, que es algo así como la argentinización de la Justicia, es decir, que los delincuentes pueden ajusticiar a los jueces.
A pesar del ambiente político que reina en nuestro país y la clara amenaza que para los jueces representa el nombramiento de Bolaños, ellos se muestran tranquilos porque entienden que en la Europa moderna nadie puede con el Estado de derecho y que la democracia tiene que ser el imperio de la ley. No me cabe duda de que el compromiso de muchos de estos jueces con la sociedad española, su integridad y honestidad, les llevará a estudiar con todo rigor cómo tendrán que actuar y aplicar, una vez aprobada, la ley de amnistía. La defensa del Estado está por encima de las coyunturas personales.
También sé, porque conozco a algunos ilustres magistrados, que son conscientes de que se han convertido en el blanco de las iras de determinados políticos cuya cultura democrática se encuentra en el nivel de la indigencia. Ellos están soportando todo ese ambiente hostil, ya que se han convertido en el dique de defensa de España. Hay quien jura o promete ante el Rey cumplir la Constitución y lo primero que hacen es tratar de destruirla.
Con cierta frecuencia, paseo cerca de la plaza de la Villa de París, pasadas ya las ocho de la tarde. Miro a la izquierda y veo luz en los despachos del Tribunal Supremo. Miro a la derecha y también observo encendidos las lámparas de los despachos de la Audiencia Nacional. La Justicia sigue su curso; lento, con demasiada frecuencia, pero constante. Detrás de esos despachos que vislumbró desde la calle hay hombres y mujeres que están renunciando a un buen número de situaciones personales más cómodas.
En estos tiempos los jueces reducen su círculo de amistades para mantenerse neutrales. Sus renuncias personales los convierten justamente en la luz de faro que muestra una ruta de esperanza para muchos ciudadanos. Creo que ya solo nos quedan los jueces.