El antipático comisario
Un antipático es utilísimo. Podría ser, en el inmediato futuro, el encargado de notificar a los medios de comunicación libres de pensamientos y subvenciones, su inminente cierre. Y lo hará como nadie
Hubo un tiempo en el que me fascinaban los antipáticos. El antipático es una subespecie humana que calma sus melancolías ofreciendo distancia y desprecio. La extraordinaria —y antipatiquísima Oriana Falacci—, escribió un libro, Los Antipáticos en el que entrevistaba a personas muy valiosas que no lo eran. Pero su maestría en la entrevista les llevaba al huerto, y consiguió su propósito. Que todos los entrevistados parecieran más antipáticos que ella. Los grandes maestros de la antipatía desconocen hasta qué límite pueden ser antipáticos, y ese detalle les añade un atractivo especial. Recuerdo un detalle de mi infancia. Compraba, con anterioridad a embarcar en el Norte V en San Sebastián, el aperitivo con mi madre. Mi madre jamás se daba por satisfecha si no regateaba los precios. Y entramos en un colmado de la Parte Vieja, en una bocacalle de la Mayor, para comprar esos aperitivos que entran como tubos entre baño y baño. El que escribe, y ya lo he narrado, era un joven que se lanzaba al agua, desde la proa del barco o el trampolín de la piscina del Tenis con un traje de baño color mandarina que producía gran admiración en la bahía. Se trataba de un traje de baño, que en los días nublos pero no lluviosos, iluminaba en cada uno de mis saltos todo el sector que abarcaba desde la isla de Santa Clara hasta la playa de Ondarreta. Una ráfaga naranja, un relámpago de luz.
Pero estaba en el local de ultramarinos con mi madre y se me antojaron unas aceitunas gordales aliñadas que navegaban en un barril. Mi madre accedió a mi capricho, y preguntó por el precio. —A duro el cucurucho—, rugió el tendero. Y mi madre a punto estuvo de estropear la operación mercantil. —Me parecen muy caras, porque en ese cucurucho entran muy pocas aceitunas—. El tendero, con todos los derechos de su lado, se defendió con mucha antipatía y gran firmeza. —Pues no lleve. Ya las comeré yo—. Mi madre tragó y nos las llevamos a duro el cucurucho. Un gran hombre.
Pero quizá, el tipo más antipático que he conocido en mi vida ha sido, y es, el expulsado comisario político del Gobierno que cumplía sus obligaciones en El País. Contreras. Tuve la suerte de no tratarle cuando ejercía sus funciones de comisario político en la Sexta, la cadena que Soraya salvó de la ruina gracias a la simpatía receptiva de los dirigentes de Atresmedia. Simpatía y codicia, simultáneamente. Contreras acudía a todos los actos que se organizaban en La Razón, y cumplía a la perfección con su cometido. Se notaba que era el espía, el soplón. Mi gran amigo Juan Garrigues convenció al primer embajador de la URSS en España, Sergio Bogomolov, a que se desprendiera de una gabardina de espía que le hacía muy antipático. —Sergio, con esa gabardina pareces aún más de la KGB que sin ella, y ya sabes que la KGB en España carece de simpatías—. Y se compró una gabardina azul, más fea todavía, si ello era posible. Pero consiguió que le invitaran unas señoras muy de derechas que jugaban a comunistas a merendar a «Embassy». Su gran éxito diplomático, porque en aquella embajada mandaban el Secretario Igor Ivanov, el chófer del embajador —su jefe en la KGB—, y un tipo que jugaba muy bien al ajedrez, Afanasiev, que obtenía información mientras se comía a los reyes y reinas de su adversario. Muy antipático. —¿Quieres otro whisky?— le preguntó Juan. —¿Me los cuentas? Quiero un whisky, pero no otro—. Muy cortante.
Ahora me entero de que un francés con un nombre rarísimo, Oughourlian, que es el mayor accionista de El País, ha expulsado al comisario de la Moncloa, Contreras, para advertirle a Sánchez que en ese periódico que se independiza de la mañana —Amón—, mandan los accionistas y no el esposo enamorado. Y me ha causado una cierta tristeza. En El País hay mucha gente prepotente y antipática, pero nadie superaba al comisario que trasladaba a la dirección y redactores las órdenes del que se acuclilla ante la rubia europea. Hay que encontrarle un trabajillo con urgencia en el Gobierno y el partido de Sánchez, aprovechando la inicial desbandada de ilustres socialistas empapelados. Y se lo recomiendo al tal Broncano, que no tiene gracia, y que ignora que un antipático puede resultar embriagador y tronchante. Lo que ha quedado claro es que El País ya no es lo que era. Se atreve a combatir al Gobierno. Expulsa a los espías y renuncia a un canal de Televisión diseñado para la propaganda.
Un antipático es utilísimo. Podría ser, en el inmediato futuro, el encargado de notificar a los medios de comunicación libres de pensamientos y subvenciones, su inminente cierre. Y lo hará como nadie.
Como dijo un avispado empresario, «es más antipático que Brigitte Bardot cuando le dio por las focas».