Salvador Illa, un marciano en nuestra vida
A mí me parece que Salvador Illa intenta buscar su propio espacio cuando antes o después se acabe el sanchismo. Y en lugar de marcar su espacio por medio de la confrontación, como Emiliano García-Page, lo está haciendo de la mano del propio Sánchez. Veremos si eso es posible.
Confieso que no tengo ninguna simpatía por el actual presidente de la Generalidad. Bueno, bien pensado, creo que no la he tenido por ninguno de los que ha tenido esa institución. En 1988 Jordi Pujol se inventó la celebración del «Milenario de Cataluña». El día de la celebración de ese «milenario», acto al que llevaron a presidirlo al pobre Don Juan, Conde de Barcelona, el que iba a hacer el discurso conmemorativo era el gran medievalista Martín de Riquer, conde de Casa Dávalos. Paseando por el patio de la Generalidad se encontró con el exministro Laureano López Rodó, que le felicitó anticipadamente por su participación en el acto. Riquer, mientras prensaba y encendía una pipa con la única mano que tenía, le dijo al exministro. «Esto es una farsa. Venimos a celebrar como independencia que hace mil años un Conde de Barcelona declaró por carta al Conde de París que se consideraba soberano. Y nunca llegó una carta de respuesta. ¿Eso es una independencia? Hoy envío una carta a Reus y tampoco llega, pero Reus no es independiente».
De toda esa tergiversada historia catalana, mi mayor admiración es por el auténtico Rafael de Casanova, conseller en cap de Barcelona que es la antítesis del independentista catalanista que nos pintan cada 11 de septiembre. Era el más españolista de los españolistas, pero partidario del Archiduque Carlos de Austria y no del Príncipe Felipe de Borbón en la Guerra de la Sucesión -que no de la secesión. Por cierto, su descendiente directo, Gonzaga Casanova, duque de Santángelo, está casado con la Archiduquesa Monika de Austria, hermana de la Archiduque Carlos, jefe de esa Casa Imperial y Real.
Pero dejemos atrás esos recuerdos y vayamos al duro presente. En Cataluña se ha producido un cambio político relevante que encarna Salvador Illa. Todo son parabienes. Pero a mí me gustaría que lo viéramos con un poco más de frialdad. Illa consiguió salir indemne de la pandemia en la que él era el ministro de Sanidad. Nadie le ha pedido cuentas ni de la prevención, ni de los muertos ni de los gastos en mascarillas y otras cosas. Aquí las muertes de toda España son responsabilidad de Isabel Díaz Ayuso y los pelotazos con mascarillas sólo los pegó Luis Medina. Inverosímil.
Ahora empezamos a ver que Illa está haciendo cosas en Cataluña que no parecían estar en el guion. Es casi como un marciano. De forma destacada acaba de anunciar una bajada de impuestos de esas que María Jesús Montero llamaba «dumping fiscal» cuando las anunciaba Isabel Díaz Ayuso. Pero Illa, como es lógico, tiene bula, haga lo que haga. E Illa también está demostrando un trato impecable con el Rey en sus visitas a Cataluña. Ya podía demostrar la enésima parte de esa delicadeza Sánchez que no hace más que buscar formas de agraviar al Monarca al que por su incultura el presidente se empeña en llamar «jefe del Estado», título que en nuestra historia sólo ha ostentado Francisco Franco.
A mí me parece que Salvador Illa intenta buscar su propio espacio cuando antes o después se acabe el sanchismo. Y en lugar de marcar su espacio por medio de la confrontación, como Emiliano García-Page, lo está haciendo de la mano del propio Sánchez. Veremos si eso es posible.